La teoría realista, una de las más influyentes en la disciplina de la Relaciones Internacionales, concibe el cambio sólo en términos de modificaciones (poco frecuentes) en la estructura internacional de poder.
En este sentido, las variaciones de poder registradas a nivel interno o doméstico no tienen mayor sentido ni relevancia, es decir. Según esta teoría una Venezuela con Chávez al frente, una Rusia bajo el liderazgo de Putin o una EE UU con Obama en la Casa Blanca, no movieron ni mueven el amperímetro del poder mundial. Tampoco a ese orden lo afectó el 11S ni el ISIS. Como producto de todo ello, autores realistas clásicos como Morgenthau, Mearsheimer y Kissinger rechazan una concepción unipolar de EE UU y, por el contrario, desean acuerdos que creen un equilibrio de poder entre las potencias más importantes, como por ejemplo, entre las del Consejo de Seguridad.
Los constructivistas, en cambio, creen en la influencia de los cambios internos sobre el orden internacional. Fue el ascenso de Gorbachov al frente de la URSS — y no el Papa Juan Pablo II, Reagan ni el fiasco soviético en Afganistán —, el que terminó siendo el acta de defunción del sistema bipolar construido tras la Segunda Guerra Mundial. Los realistas no habían percibido y, de hecho, subestimaron, tal evento doméstico. La realidad del poder mundial se alteró significativamente hace 30 años, aunque ya desde los años 50 no pocos intelectuales soviéticos, condenados al ostracismo, pronosticaban la decadencia del país. A pesar de las intenciones de Gorbachov de engrandecer a la URSS terminó por hacer que implosionara.
El triunfo del magnate Donald Trump en Estados Unidos ha tomado a todos por sorpresa, como el propio ascenso de Gorbachov. Desde hace tiempo se habla de la decadencia norteamericana, quizás desde tiempos de Paul Kennedy y su brillante obra sobre el auge y caída de los imperios, en tramo final de la Guerra Fría.
Immanuel Wallerstein señala que la forma en la que se materializó el 11S — atacando el núcleo del poder norteamericano con aviones secuestrados con cortaplumas- demuestra que el proceso de decadencia norteamericano comenzó hace tiempo. Hay muchos indicadores que lo demuestran: la obsesión de todo un pueblo por las armas, las extensión de la obesidad y las drogas entre los mas jóvenes, las enormes desigualdades de todo tipo, los fracasos militares en Medio Oriente o la mediocridad de los presidentes desde Ronald Reagan.
Muchos están preocupados hoy por las supuestas “luces rojas” que se encienden con los discursos de Trump sobre el mundo. Profetizan guerras comerciales, muros por doquier, más xenofobia, más racismo, más proteccionismo y como en el período de entreguerras, esta suerte de Hitler americano, si no es detenido institucionalmente — incluyendo un potencial juicio político y hasta un magnicidio—, podría desencadenar conflictos bélicos más graves.
Sin embargo, también podría haber otro desenlace; algo así como el de 1989, pero al revés y con efectos más benévolos. Esta vez afectarían a los propios EE UU. Las políticas de Trump podrían generar nuevas alianzas en el mundo: con Rusia e Israel, Turquía y Japón, y provocar un alejamiento con Europa, China, el Sudeste Asiático y México. Todo ello no es necesariamente negativo. Habría otras consecuencias: el fin de la OTAN, la posible pérdida de peso de la UE, etc.
Pero a nivel interno y, esto es lo más grave, podría ser un cataclismo: estados como California y algún otro podrían querer separarse de la Unión; habría una amenaza pacífica pero persistente de México, tal como lo profetizó Huntington antes de morir; protestas sociales, que tornarían ingobernable el país; represión o militarización y severos cuestionamientos por parte del Partido Republicano a su nuevo líder, con un Partido Demócrata en una grave crisis. Todo ello puede ocurrir en los próximos meses o años.
Por otro lado, la UE corre un serio riesgo. Si en diciembre Matteo Renzi pierde el referéndum constitucional en Italia provocaría una nueva crisis tipo Brexit. Además, el próximo año la extrema derecha podría hacerse con el poder en Francia y Alemania. Hacia 2018 los cinco países del Consejo de Seguridad estarían liderados por los ya conocidos Putin y Xi-Jinping, los recién llegados Trump y May, a los que podría sumarse Marine Le Pen. Un equilibrio de poder, como sueñan los realistas, pero con líderes totalmente desconcertantes aunque no belicistas.
Entre 1989 y 1991 todo se precipitó y la URSS cayó como si fuera un "castillo de naipes", si bien pocos años antes era concebida como una superpotencia. Los EE UU de Trump, tan preocupado por revitalizar su país como Gorbachov la URSS, dan signos evidentes de desgaste e inviabilidad social e internacional.
El 8/11 comenzó a escribirse la historia de su final, tantas veces anunciado aunque imprevisto. ¿Será esta la verdadera causa de la euforia del actual líder del Kremlin, que ahora visualiza como la historia tiene sus movimientos pendulares, que él tanto esperaba desde su oficina del KGB en Dresde hace 27 años?
Marcelo Montes. Doctor en Relaciones Internacionales (UNR), Profesor de Polìtica Internacional en la UNVM (Còrdoba), integrante de la Càtedra Rusia del IRI (UNLP) y miembro del Grupo de Estudios Euroasiàticos del CARI.
Publicado originalmente en Consultoría y Análisis de Riesgos.
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