Representantes de un buen número de pueblos de Rusia han conservado hasta hoy interesantes tradiciones en la realización de los baños de vapor. Estas tradiciones se transmiten de generación en generación. “En algunos lugares el vínculo entre generaciones se ha perdido, pero en otros permanece”, explica a Russia Beyond Viacheslav Spiridónov de Cheboksary, presidente de la Asociación de parilshiki de Chuvashia, galardonado en el festival panruso de parílshiki “Rus Bánnaia”. En Rusia los parílshiki —personas que trabajan en casas de baños— forman una comunidad profesional presente en diferentes rincones del país, que intercambia secretos del oficio en los diferentes festivales y concursos de banias.
Muchas novias acuden a las banias para obtener adivinación del futuro de sus prometidos. Por lo general, esperan a que se haga de noche, se desatan el cabello y realizan el ritual con ayuda de ceniza, de un vénik (pequeña escoba de ramas de abedul) o de un espejo y velas.
Hay otra costumbre de los baños rusos: “ahuyentar la delgadez”. Después del baño la persona se sacude el agua con las palmas diciendo: "Que la delgadez se vaya de mí como el agua resbala sobre las plumas de un pato". En las diferentes regiones este ritual se diferencia por matices, pero la esencia perdura: la complexión robusta y la lozanía se consideraban en la antigua Rus símbolos de salud.
Svetlana Bielorússova, profesora de la cátedra de arqueología y etnología de la Universidad Federal de los Urales, filmó una película etnográfica sobre los nagaibaki, uno de los pequeños pueblos de Rusia más insólitos. Viven en el sur de los Urales, en la región de la Europa urálica, en los pueblos de Parizh, Fershampenuáz, Arsi, Kaseel y Ostrolenskoie.
Los nagaibaki consideran que su autoctonía es sagrada y hasta el día de hoy celebran algunos rituales paganos. Por ejemplo, una vez al año antes de Pascua se sumergen en la bania en el Jueves Limpio. Se considera que ese día se remojan las almas de los antepasados, por eso los vivos no cierran las puertas y ellos no van a la bania.
Una tradición parecida, según Viacheslav Spirodónov, se conserva también entre parte de los chuvachos no bautizados. En unos determinados días del año la gente va al cementerio, saludan a los antepasados e invitan a las almas de los muertos a la bania. Durante este ritual dejan la puerta abierta y encienden velas.
El abogado de Ekaterinburgo Andréi Artiómov explica a Russia Beyond un ritual interesante que le enseñaron unos parientes en uno de los pueblos de los Transurales:
“Cuando vas a una bania, saludas al espíritu y le pides ayuda para limpiar el cuerpo, el alma y el espíritu. Es uno de los espíritus-ayudantes, junto al domovói, la deidad del hogar que cuida de la vida de la familia que vive en la casa, etc. Después de tomar un baño de vapor, sumerges la escoba de ramas de abedul en la palangana y, empezando por último rincón de la izquierda, rocías agua en cada uno de los cuatro rincones recitando las palabras: ‘Escoba-escoba, elimina nuestra suciedad corporal, anímica, espiritual, todas las dolencias, todas las desdichas, todas las penas…’ Y mientras se hace esto se gira en círculo tres veces. Antes de salir de la bania das las gracias al espíritu de baño y, sales con una reverencia andando hacia atrás, sin dar la espalda al espíritu”.
La población municipal tiene su propio ritual en las veladas regulares en las banias públicas. Cuando en 2013 en la ciudad industrial de Kámensk-Uralski, en los Urales, cerraron la bania pública con el pretexto de que era ineficaz -una bania que no cerró siquiera en los años de la Segunda Guerra Mundial-, los indignados habitantes empezaron a mandar airados mensajes contra el alcalde e incluso el gobernador. No tuvieron más remedio que reabrirla.
La profesora Marina Zyriánova, una asidua a la bania desde hace treinta años, contó a Russia Beyond: “La bania pública es un centro donde la gente se relaciona, un club de afinidades. Allí siempre hay noticias nuevas”.
Lidia Mokiyévskaia, lingüista de un pequeño pueblo de Belozersk, en la región de Bologorodsk, participó en una colección humorística en la que se incluían historias divertidas contadas por asiduos a la bania de la ciudad. Lidia acude a la bania cada semana, los domingos, y esta tradición ya dura cerca de quince años.
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