En la URSS, las restricciones de la censura no pasaban por alto ni siquiera el género de la ciencia ficción. En particular, no podía convertirse en una distopía, sino que debía mostrar el progreso y el futuro de forma positiva. Sin embargo, los escritores podían dar rienda suelta a la imaginación y así la Unión Soviética se inundó de ciencia ficción.
Revistas como Naúka i Zhizn, Vokrug Sveta, Téjnika-molodiozhi, Znanie - sila publicaron muchas obras del género, y los mejores artistas crearon ilustraciones especialmente para estas publicaciones que también se hicieron muy populares. En los años 60 llegaron los hermanos Strugatski, Kir Bulychov y otros escritores, que cultivaron los logros científicos y tecnológicos del futuro, la era espacial y el progreso. Estos autores tenían todo un ejército de fans en la URSS, porque creaban nuevos mundos, daban cabida a la “emigración interna”, a la fantasía y a la evasión, aunque fuera breve, de la dura realidad soviética. Uno de los pioneros del género en la década de 1920 fue Alexánder Beliáev.
Beliáev era aficionado a las novelas de aventuras desde la infancia e intentó hacer de su vida una aventura: construyó un planeador y un paracaídas con la esperanza de volar, realizó experimentos y fabricó algunas artesanías. Nació en 1884 en tiempos del Imperio ruso. Siguiendo el consejo de su padre sacerdote, fue a un seminario, pero en lugar de ingresar en la iglesia se declaró ateo y, desafiando a sus padres, decidió estudiar para ser abogado. Además, Beliáev, que amaba la interpretación desde la infancia, se interesó mucho por la música y el teatro: se convirtió en actor en el teatro nacional de su Smolensk natal, dibujó escenografías, aprendió a tocar él mismo el violín y participó en una orquesta de circo. También dio sus primeros pasos en la escritura: los periódicos locales publicaron sus artículos y reportajes críticos.
Beliáev acogió con entusiasmo la primera revolución rusa de 1905, e incluso fue a Moscú para participar en una huelga y cayó en el campo de visión de la gendarmería zarista. Formado como abogado, trabaja como tal y ganaba un buen dinero. Sin embargo, su verdadera pasión era el teatro y el periodismo.
Beliáev con un cuaderno de notas - corresponsal del periódico ‘Smolenski véstnik’, 1914.
Dominio públicoEs difícil imaginar que Beliáev se hubiera convertido en un gran escritor, pasando entre el teatro, el periódico y los tribunales. Sin embargo, en 1915 padeció una grave enfermedad: sus piernas quedaron paralizadas a causa de una tuberculosis espinal. Aunque estuvo postrado en la cama durante más de tres años (y abandonado por su joven esposa), no desesperó y, en cambio, comenzó a aprender idiomas extranjeros, a leer vorazmente sobre las nuevas tendencias científicas y tecnológicas y a sumergirse en el mundo de las novelas de Julio Verne y Herbert Wells. También le fascinaban las ideas progresistas del “Da Vinci ruso”, Konstantín Tsiolkovski. Como consecuencia, Beliáev tomó la pluma -pero no como periodista-, y comenzó a escribir relatos cortos e incluso poemas, y sus primeras obras se publicaron en revistas.
Con la intención de desarrollarse, sobrevivió a la revolución y a la Guerra Civil, durante la cual su madre murió de hambre. En 1922 Beliáev volvió a sentir sus piernas. Fue capaz de aprender a caminar de nuevo con la ayuda de un innovador corsé de celuloide, se casó en segundas nupcias y se trasladó a Moscú, donde ejerció de abogado. Aunque la enfermedad se manifestó en más de una ocasión.
A Beliáev le fascinan la fotografía, las comunicaciones por radio y otras nuevas técnicas de la época. Su imaginación le llevaba a mundos de ficción, y a partir de mediados de los años 20 comenzó a crear, una tras otra, novelas que luego se harán superpopulares.
En La cabeza del profesor Dowell (1924), un científico da vida a las cabezas de los muertos (contra su voluntad). El hombre anfibio (1928), sobre un joven que vive bajo el agua, fue adaptada en los años 60 al cine y se convirtió en la película más popular del año. Estrella KETs (1936) trata de científicos que exploran con éxito la Luna y viven en los satélites de la Tierra durante largos periodos. Escribió un total de 17 novelas y muchos más relatos cortos. Beliáev describió la transmisión de pensamientos a distancia y la energía inalámbrica, una fábrica de aire licuado para su venta y la isla de los barcos perdidos en el océano. Muchas de las fantasías de Beliáev llegaron a predecir avances científicos reales: la vida submarina (y la fotografía), la exploración espacial tripulada, los transplantes e incluso los drones.
Un año antes de su muerte, en 1942, Beliáev publicó su última novela, Ariel, sobre un joven que podía volar. Es lo que el propio autor quería ser de niño.
1. ‘La cabeza del profesor Dowell’ (1924)
Una imagen de la película soviética ‘El testamento del profesor Dowell’
Leonid Menaker/Lenfilm, 1984Un cirujano realiza una exitosa (e increíble) operación: devuelve a la vida la cabeza de su difunto profesor Dowell. El cirujano comienza a aprovecharse de la gran inteligencia del profesor y realiza cada vez más operaciones de este tipo en estricto secreto. El ayudante del cirujano se encuentra con el hijo de Dowell, y juntos quieren desenmascarar al cirujano “villano”, que realizaba experimentos con personas en contra de su voluntad. Habiendo sobrevivido a una parálisis, Beliáev quiso transmitir en esta novela “lo que una cabeza puede experimentar sin un cuerpo”.
2. ‘El Señor del Mundo’ (1926)
Para ganarse la vida, un joven científico alemán se ve obligado a trabajar como secretario de un banquero. En su tiempo libre, realiza experimentos e incluso crea un aparato que, al igual que las ondas de radio, permite transmitir pensamientos a distancia (cuestión que interesaba mucho a Beliáev). Por voluntad del destino, se casa con una heredera de la gigantesca fortuna del banquero. Comienza a engañar, a actuar en su nombre. Entonces, para evitar el enjuiciamiento, lleva a cabo sesiones masivas de transmisión del pensamiento - y así inspira a barrios enteros de Berlín primero el pánico, luego la euforia...
3. ‘El hombre anfibio’ (1928)
Una imagen de la película soviética ‘El hombre anfibio’
Vladímir Chebotariov, Guennadi Kazanski/Lenfilm, 1961Un joven llamado Ijtiander tenía los pulmones muy débiles de niño y, para sobrevivir, un cirujano le trasplantó branquias de tiburón. Desde entonces pudo vivir bajo el agua. Sin embargo, no podía vivir en paz: los marineros que lo habían avistado decidieron atrapar al “demonio del mar” y utilizarlo para sus fines maliciosos. Mientras tanto, el anfibio se enamoró de una chica corriente que rescató del mar. Por cierto, Beliáev predijo el futuro en cierto modo: su Ijtiander nada con un traje fino y delgado, aletas, guantes y gafas con lentes gruesas. Sin embargo, los trajes de neopreno modernos, que se asemejan a una segunda piel, empezaron a aparecer en la década de 1950 en EE UU.
4. ‘Estrella KETs’ (1936)
Una de las primeras novelas soviéticas sobre el espacio está dedicada al científico cosmopolita Konstantín Tsiolkovski, a quien Beliáev admiraba (y son sus iniciales las que están codificadas en el título KETs). Por casualidad, el joven científico de Leningrado Artémiev descubre que existe un lugar en las lejanas montañas de Pamir donde se puede volar al espacio exterior en cohetes. También resulta que la Tierra tiene satélites artificiales, donde viven y trabajan los científicos. El propio Artémiev consigue volar a la Luna, donde encuentran señales de vida.
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