Recientemente la actriz Elizabeth Hurley publicó en su página de Instagram una foto disfrazada como la reina Catalina de Aragón. Los usuarios de Instagram del Cáucaso Norte se lo tomaron con humor porque la actriz de Hollywood aparece con un traje tradicional de la región del sur ruso.
Pero los circasianos están habituados a que otros pueblos utilicen sus trajes o utensilios. Así lo hicieron otros pueblos del Cáucaso e incluso el zar. Nicolás II poseía un caftán e hizo de la shashka (un tipo de espada) el arma principal del Ejército ruso de la época. En los años 70, una delegación soviética regaló a Fidel Castro un burka del Cáucaso.
Durante décadas los guerrilleros caucásicos utilizaron el burka como capa. Es muy dura y firme, tanto como para permanecer de pie sin nadie dentro o incluso para hacer de cama. Los guerrilleros se podrían meter dentro y según algunas historias llegaban a usarla como una especie de sauna.
Los guerrilleros también escondían sus armas aquí dentro y es que era imposible ver los movimientos que hacía dentro de la prenda.
El burka también servía para protegerse de los golpes con los sables, y según algunos, hasta de los disparos de bala.
Tenía un elemento mágico. Según los guerrilleros conectaba el mundo real con el más allá. A los difuntos los cubrían con el burka y también a una mujer para facilitarle el parto.
Los mejores burkas se hacían en una pequeña población al oeste de Daguestán, cerca de la región del río Andískoie Koisu (aguas de una oveja). Es ahí donde se encuentra la única fábrica de burkas.
Se inauguró en el año 1925 en el pueblo de Rajat en una valle cerca de la frontera con Chechenia. Fue bombardeada durante la Segunda Guerra de Chechenia y reconstruida un tiempo después.
Los maestros peinan lana de oveja en una tabla con clavos. La lana de oveja se carda sobre unos soportes con agujas. La pelusa se extrae en unos arcos de madera idénticos a los que se utilizan como armas. Después, estas hábiles artesanas extienden sobre el suelo el material con la forma del futuro burka, aunque de mayor tamaño: durante el abatanado la tela se encogerá. La lana se dispone en tres o cuatro capas. La de mejor calidad y mayor longitud se sitúa en la parte exterior como protección contra el mal tiempo, la mediana en el interior y la más corta entre ellas.
Fuente: Vladímir Sevrinovski
Sobre el futuro burka se extiende agua hirviendo con la ayuda de una escoba. Tres o cuatro mujeres con coderas negras lo envuelven en un tejido, lo ponen en la mesa y comienzan a abatanar apoyando el antebrazo y dando palmadas de forma sincronizada durante una hora, hasta que la lana se convierte en un paño. Después el tejido se peina con unos cepillos de madera con cerdas de acero.
Fuente: Vladímir Sevrinovski
El material se deja hirviendo con pintura durante un largo rato. Los burkas negros los utilizan los pastores, los blancos sirven para ocasiones señaladas y para hacer regalos. Las partes de fieltro decoradas se hacen en las fábricas. Los empleados las toman de un extremo, las sumergen en agua para que los pelos salgan a la parte exterior, les dan la vuelta y los dejan secar sobre la grava.
Hay tantas prendas en proceso que cubren todo el patio. Una mujer con pañuelo extiende sobre los pelos que sobresalen agua hirviendo con cola. De este modo se forman unas borlas largas que protegen de la lluvia. La lana de ovejas especiales, no necesita este proceso, aunque es mucho más difícil trabajar con ella. Por eso un burka de este tipo de lana cuesta casi diez veces más caro. Algunos artesanos los fabrican en las montañas solo por encargo especial.
Una vez secas, las prendas se llevan a cortar. Se cosen los extremos exteriores, se añade un forro corto y este “abrigo para la garganta” está listo.
El precio de venta de los burkas de Rajat es de 2500 rublos (unos 40 dólares). Las artesanas ganan unos 500 rublos (8 dólares) al día, un salario bastante alto para esta aldea. Además, el trabajo comienza a primera hora de la mañana y termina a la hora de comer, por lo que tienen tiempo de ocuparse de su huerto.
Muchas preferirían trabajar hasta última hora de la tarde, pero esta famosa fábrica está pasando por una mala época. Antes en la fábrica trabajaban más de doscientas personas, mientras que ahora únicamente se cuentan diecisiete trabajadoras. En realidad, en el trabajo diario son unas diez compañeras. El precio de compra de la lana oscila entre los 5 y los 15 rublos (entre 0,08 dólares y 0,22 dólares) por kilogramo, por lo que los conocidos corderos andi se destinan principalmente a la carne. Por suerte, se trata de una carne excepcionalmente sabrosa.
La shashka: la espada del Cáucaso que llegó a Berlín
Originaria de un pueblo de las montañas, los cosacos la adoptaron y acompañó al Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial
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