Serguéi Eisenstein (1898 - 1948) rodando 'El acorazado Potemkin' con directores de fotografía Vladímir Popov y Eduard Tisse (1897 - 1961) y actor Grigori Aleksándrov (1903 - 1983), 1925.
Getty ImagesEsta película continúa siendo, 90 años después de su estreno, un ejemplo de cómo hay que hacer el montaje cinematográfico. A Eisenstein no le bastaban las escenas estáticas y una selección de imágenes bonitas. Al innovador director soviético no le gustaba la cámara inmóvil de principios del siglo XX y era el movimiento de imágenes lo que transmitía la dinámica de la vida real.
Su técnica se conoce como “montaje corto”, es decir, un cambio rápido de planos grandes y generales. La frecuencia de los fotogramas transmite el acelerado ambiente que se respiraba durante la revolución rusa y esto sumió a los espectadores en estado de shock. Acostumbrados a tomarse el cine como una distracción, con El acorazado Potemkin el público se sintió como un indignado marinero que se topa con la crueldad e injusticia de las autoridades. Una de las escenas de más fuerza es la de las escaleras de Odesa. Cuenta con 200 fotogramas y se convirtió en una poderosa metáfora del sufrimiento del pueblo.
Cada fotograma es el resultado de un minucioso trabajo y transmite el deseo del director de causar un efecto revolucionario en el espectador.
Eisenstein concibió su película como un “ataque psícológico” al público y los enormes planos perseguían un objetivo muy concreto: mostrar el dolor y el miedo de los partícipes de aquellos trágicos sucesos y los motivos del estallido de la revolución. Se trataba de algo novedoso en la historia del cine.
La rebelión de los marineros podría parecer el simple relato de un hecho histórico. El catalizador fue la comida de mala calidad que Eisenstein mostró mediante un gran plano de carne con gusanos. La escena influyó a numerosos directores que se dieron cuenta del efecto agitador que producía.
Durante el transcurso de El acorazado Potemkin el director manipula los sentimientos de los espectadores. Atrae la atención hacia el cañón que se prepara para disparar a los quevedos dejados en alta mar por un médico fallecido o hacia las caras llenas de sufrimiento de las mujeres que habían perdido a sus hijos en la escalera de Odessa.
“Estamos acostumbrados a que en una escena la emoción aparezca con la música, que envuelve toda la secuencia, a los personajes y a la acción. Sin perder su línea independiente, la música se entrelaza con la errática estructura de imágenes en un único flujo de impresiones. Exactamente de esta manera debe incorporarse el color”, escribió Eiseinstein.
Uno de los momentos más conocidos de la película, incluso entre aquellos que no la han visto, es la presencia de una bandera roja en la época del cine en blanco y negro. En realidad la bandera que se filmó era blanca, pero el equipo de rodaje la pintó a mano posteriormente.
Según los estándares actuales podemos afirmar que una de las principales películas de la URSS se rodó “de prisa y corriendo”. El gobierno impuso fuertes demandas: había que empezar el rodaje en agosto y entregar la película en diciembre.
Para relatar la primera revolución, Eisenstein decidió concentrarse en la sublevación del Potemkin y se fue a Odesa con el equipo de rodaje. El director de fotografía Eduard Tisse y él fueron los primeros en filmar la niebla, considerado hasta entonces algo impropio para el cine, pero que posteriormente se convirtió en algo paradigmático.
Terminaron la escena sobre la marcha y acabaron de pegar la película el mismo día del estreno. Incluso unieron la parte final durante la primera proyección que tuvo lugar para la cúpula del Partido Comunista en el Teatro Bolshói de Moscú.
Fue Lenin quien dijo que “de todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”, pero en realidad, antes de El acorazado Potemkin este era considerado como un mero entretenimiento que servía para alejarse de los problemas de la vida cotidiana.
La película eliminó cualquier duda sobre el poder que tiene el cine como principal instrumento de propaganda. Desde entonces Eisenstein se hizo famoso como alguien que enaltecía la revolución rusa y el poder soviético. En su momento el largometraje tenía una interpretación unívoca: la revolución como algo que es para el bien de todos. Con el tiempo los espectadores percibieron otro sentido, el que habla sobre las relaciones entre el pueblo y el gobierno, y que también mostraba la revolución como un momento de sangrienta represión e incontables víctimas.
Artículo publicado originalmente en ruso en TASS.
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