“No se puede ser honesto y rico a la vez”. Los rusos se dejan guiar por este estereotipo que forma parte de su ADN: la mayoría tiende a pensar que uno solo puede hacerse rico diciendo mentiras, robando y a costa de los ciudadanos de a pie. La raíz de esta enemistad es histórica, y es que la sociedad rusa se ha caracterizado por un alto desequilibrio entre los pobres y los ricos.
Uno de los últimos traumas fue la privatización de los años 90: en la época soviética el petróleo, el gas y las fábricas eran aparentemente la propiedad de todos (es decir, pertenecían al Estado), pero después de la caída de la URSS pasaron a ser la propiedad de los particulares (según muchos, de forma poco honesta). Pronto estos particulares se convirtieron en las personas más ricas del país.
Evidentemente, desde entonces se han descubierto nuevas formas de ganar fortunas, pero aun así a en Rusia no tienen especial aprecio por los ricos. Y muchos todavía no se han olvidado de la privatización.
Ponen las facturas en el buzón a la velocidad de la luz. Y ¿qué significan todas estas abreviaciones que aparecen en las facturas? ¿Para qué pagar al conserje, a esta mujer mayor que ocupa una habitación pequeña en la entrada al edificio? ¿Qué es esto, una recaudación para la reparación general del edificio? ¿Y van a quitar la calefacción central de una vez? Ya es abril y estamos a 20ºC en la calle.
En Rusia siempre pueden encontrarse motivos para odiar a los trabajadores de los servicios comunales. Incluso si no tienen nada que ver con la subida del precio del gas o agua, lo primero que piensan los rusos es que los kommunálshchiki “se han liado”. Además, a pesar de que Rusia tiene mucho gas y agua y la electricidad es barata, los rusos creen que pagan demasiado y hay que poner fin a este horror.
Crees que, al saludar a los vecinos en el portal, ¿te dirán algo agradable en respuesta? Te equivocas. Parecerá que te están evitando, pero es que realmente lo están haciendo.
Los rusos se han cansado de tener que compartir su vivienda con alguien. Primero compartían la ducha, el baño y la cocina en la famosa kommunalka (apartamento comunal) a lo largo de todo el siglo XX. Después tuvieron que convivir con sus vecinos compartiendo las finas paredes de las jruschovkas, donde se oía perfectamente el momento en el que su vecino estornudó, cuándo discutía con su mujer y qué tonterías veía por la tele. Si añadimos a esto el sonido del perforador, el ruido del martillo, el llanto de un niño, los gemidos nocturnos y el piano por las mañanas… ya empiezas a odiar a tus vecinos.
En realidad, vivir muy cerca de alguien siempre es causa de muchos conflictos, pero el rechazo a los vecinos en los rusos surge por inercia, incluso si el nuevo vecino no ha tenido tiempo para manchar su reputación.
Rusia es el país de los guardias y vigilantes. Según los últimos datos, en Rusia hay más guardias que policías.
Vayas a donde vayas, parece que siempre te observa uno de ellos. “¡Parece que están protegiendo todo de ti!”. Pero lo que más irrita a los rusos es cuando los guardias empiezan a hacer su trabajo de verdad: piden que abras tu bolso o tu abrigo, quieren mirar lo que llevas en la bolsa o simplemente no te dejan pasar. Por esa razón normalmente a los rusos no les gustan. A nadie le parece agradable sentirse “sospechoso” constantemente.
¿Has visto alguna vez como un ruso, al cruzarse con su compatriota en el extranjero, baja la mirada y no quiere que parezca que son del mismo país? Es porque los rusos no quieren a los propios rusos. Además, esto se combina con un alto grado de patriotismo y orgullo por su propio pueblo. Un popular chiste ruso dice: “Solo un ruso borracho puede pasar dos horas explicando a un extranjero que somos una nación de tontos.. y luego darle un puñetazo en la cara cuando este le dé la razón”.
Lo único que puede frenar el odio de los rusos hacia los rusos es un enemigo común. Ante esta amenaza todos se sienten parientes y están dispuestos a dar lo último que les queda (y, de hecho, lo dan). Pero en cuanto el enemigo desparece, los rusos se hunden en sus propios reproches.
“Tienen sueldos de 3.500 dólares y no saben cómo gastar este dinero. Se atragantan con tanto. Siempre están presumiendo. ¡No saben cómo es la vida!”. La gente de provincias adora el mito de los moscovitas prepotentes. La raíz de este desamor está en las relaciones económicas entre Moscú y otras regiones de Rusia: todos los ingresos van a Moscú y después allí se decide cuánto dinero se mandará a los presupuestos regionales. Desde la época soviética la gente de provincias recuerda muy bien que mientras en su pequeñas ciudades las tiendas estaban vacías, en Moscú siempre se podía comprar de todo (por lo menos, si sabías dónde buscar).
El sentimiento de inferioridad impulsa a los provincianos a buscarse la vida en Moscú y los moscovitas les pagan con la misma moneda.
A los provincianos se les acusa de quitar los puestos de trabajo a los moscovitas: los primeros están dispuestos a trabajar más y por menos dinero y, al final, consiguen lo que buscan. Ademas, se les acusa de implantar la incultura, de estar “cazando” pisos (se supone que cualquier chica de provincia sueña con casarse con un moscovita para que la empadrone en su casa), que son una fuente de criminalidad, etc. La siguiente frase representa una queja clásica de un moscovita: “Habéis llegado aquí… ¿para qué?”.
Si quieres saber cómo los rusos aman, lee este artículo.
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