Hay una línea férrea en Siberia que fue construida por mi abuela y otras mujeres soviéticas. Se casó dos veces y se divorció en tres ocasiones y siempre estaba tan ocupada en el trabajo que no tenía tiempo para sus propios niños. A los 17 años, su hija -mi madre-, se mudó desde una pequeña ciudad del norte a la capital para estudiar en la Universidad Estatal de Moscú.
Curiosamente, aunque sus estudios principales eran de filosofía, también acabó construyendo. En la época soviética los estudiantes hacían algo de trabajo gratuito y en verano a menudo tenían que ir a los campos de patatas o a los lugares de construcción. Hay un baño en el aeropuerto de Múrmansk del que mi madre está especialmente orgullosa.
Hizo su tesis doctoral y trabajó en la universidad. Era una mujer que “podía hacer de todo”. Movía fácilmente los muebles de aquí para allá, cambiaba el papel de las paredes o arreglaba las goteras de un grifo. Cuando yo ya era lo suficiente mayor como para andar, comencé a ayudarla en estas tareas. “Vamos, niña”, me solía decir mientras tenía un mueble sobre los hombros. “Lo puedes hacer”.
Se divorció de mi padre cuando estaba embarazada “porque no tenía ningún sentido”. Al contrario que otras mujeres que temen la soledad o la pobreza, sabía que podía hacerlo todo por sí misma. Lo aprendió de mi abuela y yo lo aprendí de ella. Simplemente, no quiero.
Mi problema con el feminismo occidental es que, en vez pedir los mismos derechos y el mismo salario, se está convirtiendo en una especie de “puedo-hacerlo-todo-yo-misma”, así como en una agresión contra los hombres, incluso peor, contra las mujeres que sienten y piensan de manera diferente. El feminismo occidental se está convirtiendo en algo tóxico.
Para ser justos, las mujeres en EE UU lo han tenido difícil. Han tenido que luchar por su derecho a trabajar. En EE UU y en muchos países europeos las mujeres estaban en la cocina y solamente pudieron comenzar a tener un empleo hace poco, hace unos 50 años. Simplemente tenían que ser más agresivas. “Compartamos la cuenta y no me abras la puerta porque lo-puedo-hacer-yo-misma”, dice una feminista occidental.
En Rusia, las mujeres no tienen que comprometer su lado femenino para reclamar su lugar. En la URSS tenías que trabajar porque si no te consideraban “un parásito”. En la Constitución Soviética se decía que el trabajo “es una tarea y una noble obligación de cada ciudadano hábil”. ¿Pero crees que las mujeres lo tuvieron fácil?
Iban a las fábricas y a los laboratorios, pero el hecho de tener un trabajo no significaba que la sociedad se hubiera olvidado de los roles de género tradicionales. Después del trabajo tenían que cocinar la cena, limpiar el apartamento, cuidar a los niños, etc.
Las mujeres soviéticas no tenían ni lavadoras, ni aspiradoras así que estaban siempre cansadas y estresadas. ¿Dónde estaban sus maridos por las tardes? Dependía de las familias, pero la mayoría de los hombres estaban en el sofá, con una revista de deportes en una mano, y una cerveza en la otra.
Aunque en la Rusia actual hay muchos problemas de sexismo y de violencia doméstica, una mujer puede hacer, finalmente, lo que quiera. Quizá tengamos más opciones que nunca. Puedes ser una ama de casa, una banquera, una científica o empezar tu propia compañía. Además, si quieres, puedes ser guapa y encontrar a un hombre que te mantenga, aunque no siempre es una “carrera” estable.
Desde la caída de la URSS las mujeres rusas han abrazado su lado femenino. En ocasiones es algo exagerado, con esas faldas cortas y tacones altos, pero es definitivamente mejor que la hoz y el martillo.
En Rusia, el 41% de las personas que trabajan en ciencia son mujeres, según datos de la Unesco. Esta cifra es más alta que cualquier otro lugar del mundo. Tiene que ver con la mentalidad: las mujeres rusas no ven el 'techo de cristal' al que se enfrentan las occidentales cuando escogen un área de estudio.
Antes de venir a EE UU, pensaba que era uno de los países del mundo más orientados hacia las mujeres. Al fin y al cabo, de aquí viene mucho de lo que se habla sobre igualdad de derechos. Pero en mi primer evento de tecnología financiera en Nueva York, miré alrededor y me di cuenta de que yo era una de las cinco mujeres en una sala en la que había casi 100 hombres.
Posteriormente hablé con alguna de estas profesionales. Lo cierto es que tienen “huevos de acero” debajo de las faldas. No es fácil estar en el ámbito de la tecnología, donde las mujeres son el 35% de las graduadas en disciplinas académicas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Las fundadoras de startups de tecnología recaudan menos dinero, alrededor de un 15% menos.
En EE UU las mujeres se apoyan y alientan mucho entre sí. Quizá sepan más sobre solidaridad que en otro lugar del mundo. Hay gran cantidad de cenas solo para mujeres, programas educativos solo para mujeres e incluso ascensores. Pero estas instituciones artificiales excluyen a los hombres, que deberían ser uno de los principales participantes en el debate acerca de la libertad femenina.
Son los hombres quienes tienen que aprender a lidiar con jefas, con compañeras, con subordinadas y, lo más importante, con sus propias hijas. Los hombres del mundo deben aceptar que hay mujeres líderes en el ámbito de la tecnología, de las finanzas y en otras industrias. No solo en el papel sino en sus mentes y corazones.
Pero no ayudará el planteamiento de “hacerlo-todo-yo-misma”, ni dividir la cuenta con el novio, ni tratar de ser más masculina que los hombres. No puedo decir exactamente qué es lo que ayudará. Pero hoy, si tengo que mover mis muebles, prefiero que lo haga un tipo fuerte. No porque no lo pueda hacer. Simplemente, porque no quiero hacerlo. Hago lo que debería hacer cualquier mujer. LO QUE LE DÉ REALMENTE LA GANA.
Si quieres saber quién fue la primera feminista de Rusia, te lo contamos aquí.
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