Un tren sale semanalmente de Moscú hacia una estación remota en la región de Pskov (650 km al noreste). Desde allí hay otros 25 km hasta el pueblo de Tolokóvnikovo*, donde Liudmila Viacheslávovna, de 70 años, o Liuska para abreviar, vive sola.
Todos los días se levanta a las 4 de la mañana, recoge agua y leña, enciende la estufa y luego prepara el desayuno sobre ella. No hay gas en la aldea y la electricidad es intermitente. Su hija y su nieto viven en la ciudad y se turnan para visitarla unas dos veces al mes. Liuska les ayuda con frutas y verduras frescas en verano, y patatas y pepinillos en invierno. Cualquier intento de persuadirla de que abandone su aldea natal y hogar, de más de un siglo de antigüedad, es rechazado de forma rotunda.
La anciana tiene algunos vecinos durante parte del año. Yulia, con su esposo y Rita, con van a sus dachas de manera estacional, llegan en primavera y se quedan hasta el otoño. Un verano, una antigua compañera de clase de Rita, la fotógrafa Olga Kuznetsova, vino de visita. Todos los días iba a ver a su vecina y la ayudaba a rastrillar el heno y a recoger leña para el invierno. Entre trabajo y trabajo, Olga fotografió la vida de esta mujer aislada.
Al regresar a Moscú, Olga se dio cuenta de que tenía que volver a visitar a Liuska, sólo que esta vez en invierno. Así que se fue por cuatro días al pueblo y pasó el Año Nuevo con Liuska, a pesar de tener que sufrir el inodoro exterior y carecer de ducha o agua corriente.
“Posee una fuerza de carácter y una energía increíbles, se las arregla bien sola”, dice la fotógrafa.
Liuska siempre tiene mucho que hacer. En verano, siega el césped, corta leña, atiende la estufa y la bania, arranca las malas hierbas y hace reparaciones. En el huerto, cultiva casi todo lo que necesita para alimentarse. En verano, una tienda móvil llega a la aldea, y en la aldea vecina cambia heno por leche de cabra.
Si Liuska necesita algo en invierno, llama a la tienda del pueblo, y llevan su pedido hasta la puerta. Los gastos de envío son de 300 rublos. En su tiempo libre, Liuska hace ropa en una máquina de coser. Es una auténtica manitas y se toma muy en serio sus labores, aunque nunca viste sus creaciones.
“Esta no es la historia de un jubilado abandonado y solitario. La decisión de vivir en la aldea es de Liuska”, dice Olga.
Cuando Liudmila Viacheslávovna se siente mal, sabe qué hacer, por ejemplo, administrar sus propias inyecciones. Durante 20 años, Liuska vivió en Leningrado (ahora San Petersburgo), donde trabajó como enfermera. Cuando a su madre le diagnosticaron cáncer, abandonó todo y regresó a su pueblo natal para cuidarla
Su madre murió hace mucho tiempo, pero Liuska todavía siente una conexión muy fuerte con ella. La madre de Liuska era muy devota y quería entrar en un convento, pero sus padres la obligaron a casarse con un viudo con un niño pequeño, al que crió. Más tarde, dio a luz a un hijo. En 1941, su marido se fue a la guerra y cayó en combate.
Después de la guerra, un nuevo veterinario llegó a la aldea por un corto período. La madre de Liuska se enteró de que estaba embarazada sólo cuando el joven especialista había abandonado el pueblo.
Liuska heredó su carácter fuerte de su madre. Ella crió a tres niños sola, dirigía la casa, y una vez a la semana caminaba 13 km hasta la iglesia, incluso durante los terribles años de persecución religiosa. Liuska reza y hace todo en la casa tal como su madre le enseñó. Cuida mucho el telar y los bordados de su madre, y en las principales fiestas de la iglesia abre un cofre especial y saca paños que su madre tejió con lino.
Cuando su visitante de Moscú se iba, Liuska recitaba una oración para el viaje y le enseñaba a Olga a rezar. La fe de la pensionista la ayuda a salir adelante. Para ella, Dios es como un buen vecino, alguien que da consejos y siempre está ahí para charlar cuando la soledad empieza a hacer efecto.
*El nombre del pueblo ha sido cambiado.
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