Una fría mañana de viernes voy de camino un famoso gimnasio de boxeo en el noreste de Moscú, el club KITEK. El centro cuenta con 240.000 suscriptores en Instagram. Espero de manera inconsciente llegar a un lugar elegante, pero el camino me lleva a una sombría zona industrial con hangares y almacenes. Echo otro vistazo al navegador de mi teléfono, pensando que debe haber algún error. Pero no, la ruta hacia el gimnasio transcurre a través de un almacén de verduras, con enormes camiones saliendo de sus puertas.
Tras bordear a los trabajadores del almacén con sus carros y cajas, me encuentro frente a un edificio de un piso similar a un hangar con un letrero en la puerta que dice “KITEK fight club”.
Cruzo el umbral y al instante me golpea el olor penetrante del sudor, los calcetines sin lavar y viejas zapatillas de deporte. Jóvenes de aspecto severo, en su mayoría originarios del Cáucaso Norte, cruzan la puerta.
No puedo evitar tener la sensación de recordar el gimnasio donde solía entrenar Rocky Balbao, personaje encarnado por Sylvester Stallone. Si no lo recuerdan, en la película un boxeador italiano desconocido tiene un combate cada fin de semana para ganarse la vida y de repente tiene la oportunidad de dar un giro a su vida y luchar contra un campeón del mundo. Este gimnasio tiene tal energía que es fácil imaginarse un personaje de esa película. Parece que los chicos que se pelean a mi alrededor sienten algo parecido y que el lugar es el adecuado para convertirlos en verdaderos campeones: sacos de boxeo de todo tipo y peso hasta un fuerte espíritu de competitividad (sentido tanto por principiantes como por profesionales), pasando por un entrenador duro, que no escatima palabras y te dice exactamente lo que tienes que hacer.
Aquí está la entrenadora que atrae a multitudes de jóvenes a este club. Una llamativa rubia con un bulldog tatuado en la muñeca derecha. Svetlana Andréieva logra combinar el pragmatismo masculino con un toque femenino. Tiene maquillaje permanente en las cejas y los labios, el pelo que sobresale de su gorro y lleva pendientes con gemas azules.
Svetlana se encuentra con nosotros en una pequeña habitación de dos por dos. Hay paquetes de comida rápida esparcidos por todas partes: pizza, tartas osetias, jinkali. Dice que no tiene tiempo ni ganas de cocinar en casa.
Las paredes de la “oficina” de la boxeadora rusa más famosa (tiene alrededor de 110.000 suscriptores en Instagram) están llenas de medallas y de carteles de los combates de los boxeadores más famosos de nuestro tiempo: Lomachenko, Pacquiao, Cotto, Canelo, y otros.
Svetlana está rodeada de sus alumnos: boxeadores de aspecto severo, que también entrenan a los niños (es tan popular como entrenadora que el gimnasio está abarrotado y necesita varios asistentes para controlar a todos). No puede estarse quieta y al principio me mira con aprensión.
El viaje de Svetlana comenzó en la década de 1990, cuando en la URSS se conocieron por primera vez personajes como Bruce Lee, Jean-Claude van Damme y Jackie Chan.
Ella comenzó a luchar cuando era una niña. Además, todo lo hizo sola. Comenzó con el taekwondo y las patadas. Más tarde, tuvo que añadir el “trabajo manual”, para poder dedicarse a la lucha profesional y ganar dinero con ello en el futuro.
“Entonces, como ahora, prácticamente no había chicas en el boxeo. Tuve que entrenar y pelear en el ring con los chicos. En el año 2000, ya me había mudado a Moscú, y no podía seguir dependiendo de mis padres. Tuve que arreglar mis finanzas yo misma y como en ese momento en Rusia no había ni sueldos ni becas para los atletas profesionales, empecé a luchar por dinero, para divertir al público”, recuerda Svetlana.
A los 20 años tuvo sus primeras peleas “comerciales” en el club Tropicana de la calle Arbat, en pleno centro de Moscú.
“Pagaban bien, 200 dólares por pelea. Para que te hagas una idea, en ese momento se podía alquilar un estudio en Moscú por 100 dólares [al mes]. Así que me peleaba los fines de semana dos o tres veces al mes y con eso me mantenía”, continúa Svetlana.
Eran combates de kumité en estilo libre, que varios años después, gracias a la UFC, se convertiría en las artes marciales mixtas, o MMA.
“Tuve que luchar en las calles. Y las historias no son muy bonitas ahí. Debido a una pelea, estuve a un paso de la cárcel. Resulta que los hombres no siempre se comportan como hombres. Al haber sido golpeados por una chica, algunos van a denunciarlo a la policía”, dice Svetlana.
Esas situaciones, continúa, eran absolutamente rutinarias, y cualquiera podía verse metido en una situación como esa en algún momento.
“Una vez, durante las vacaciones de mayo, fuimos al campo a hacer una barbacoa, y allí algunos lugareños, que estaban borrachos, empezaron a molestarnos. Comenzaron a acosar a mi hermana, a pedirle que tomara un trago con ellos, y así sucesivamente. Ella se negó. Después intervine. Uno de los borrachos me empujó y empezó a insultarme. Le advertí que no lo hiciera y, después de que me golpeara de nuevo, le pegué en la cara”, recuerda Svetlana.
Él y sus amigos fueron al hospital, donde le tuvieron que arreglar la mandíbula. Después fueron corriendo donde la policía e hizo una declaración en la que decía que había sido víctima de graves lesiones corporales.
“No me tomé en serio la situación. ¿Un hombre denuncia a una mujer joven a la policía? ¿Dice que ella le rompió la mandíbula? ¿En Rusia? Todo me pareció increíble hasta el momento en que en el tren de camino a una competición se me acercó la policía, que me dijo que estaba en un listado federal de personas en busca y captura”, continúa.
Desde ese momento Svetlana vivió en estado de ansiedad constante hasta que expiró el plazo de prescripción de la causa penal. “Tuve suerte porque durante ese período de mi vida viajaba de un extremo a otro del país para asistir a diferentes competiciones. De lo contrario, habría terminado en la cárcel por golpear a un pretendiente borracho”, dice.
Desde hace muchos años, Svetlana entrena a los hombres en su club de boxeo. Dice que los jóvenes vienen y, sin poner objeciones, escuchan a una mujer porque tienen con qué comparar estas sesiones de capacitación.
“Al principio hay mucha desconfianza y algunos ‘malentendidos’. Pero cuando una persona viene aquí después de haber estado en otros clubes y con entrenadores pseudoexpertos, se da cuenta de que esto era lo que estaba buscando. Afortunadamente, existe Instagram, donde puedo demostrar mis habilidades como entrenadora y contrarrestar profesionalmente los ataques desde el sillón y de los expertos. Hay gente que lo ve y viene aquí a entrenar”, dice Svetlana.
Agrega que las dos cuentas, una con 240.000 suscriptores y la otra con 110.000, no han requerido ninguna promoción especial para llegar a ser tan populares: “Si el contenido es interesante, la gente se inscribe y viene al gimnasio”.
Hoy, su gimnasio está abarrotado. Tanto es así que parece que te puede caer un puñetazo por accidente.
Pero, después de todo, ¿no son los campeones los que se forman gracias a la dura competencia y al entrenamiento diario?
Conoce a estas rusas que defienden con orgullo su cuerpo no estándar.
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