Cómo la guerra aérea sobre Corea se convirtió en un baño de sangre para Occidente

TASS
En octubre de 1951 tuvo lugar una de las mayores batallas aéreas de la historia entre aviones soviéticos y estadounidenses. En aquella épica batalla los MiGs rusos fueron capaces de destruir gran cantidad de bombarderos estadounidenses.

La niebla de la guerra provoca afirmaciones de todo tipo. Con el tiempo los historiadores militares son capaces de estudiar en material desclasificado de las partes implicadas en el conflicto y hacerse una imagen más realista de lo que realmente ocurrió. La guerra de Corea de 1950-53 fue única porque la mayoría de los combates aéreos fueron entre pilotos soviéticos y estadounidenses. El conflicto también es destacable por las ridículas reclamaciones de EE UU durante y después del conflicto.

En las publicaciones occidentales de los años 60 los estadounidenses afirmaban que el ratio de cazas MiG derribados respecto a los otros aviones era de 1:14, es decir, que por cada avión australiano, británico o estadounidense eliminado la URSS perdía 14 aparatos. Durante las dos décadas siguientes, una vez pasada la histeria bélica, el ratio descendió hasta 1:10. 

Aunque cuando los rusos desclasificaron sus archivos al final de la Guerra Fría los expilotos soviéticos pudieron presentar su parte de la historia. Serguéi Kramarenko, un antiguo piloto soviético escribe que para los investigadores occidentales más realistas “el ratio de cazas derribados en los enfrentamientos entre fuerzas soviéticas y estadounidenses fue cercano al 1:1”.

Aunque incluso esta paridad aceptada por algunos occidentales no está cerca de la verdad. La guerra aérea el Corea supuso un baño de sangre para las fuerzas occidentales. Se trata de una historia bien ocultada por varias razones: orgullo, prestigio y la tradicional resistencia occidental para aceptar que los rusos habían ganado. Y por un amplio margen, además.

Los rusos se apresuran a ir a Corea 

Stalin no tenía la intención de entrar en la guerra de Corea. La Segunda Guerra Mundial estaba todavía muy presente en la memoria y Moscú no quería otro conflicto con Occidente que desembocara en una guerra global. Al principio fue solamente China la que apoyó a los norcoreanos, mientras los ejércitos occidentales, nominalmente bajo el mandato de la ONU, amenazaban con invadir toda la península. Tras ver las capacidades de los pilotos chinos Stalin tomó la decisión de implicar a las fuerzas aéreas soviéticas en la guerra. 

Aunque para mantener esa implicación en secreto Stalin impuso ciertas limitaciones a los pilotos. Solo podrían volar bajo las marcas identificadoras de las fuerzas aéreas del ejército de la República Popular China o de las norcoreanas. En segundo lugar, en el aire solo podían comunicarse en mandarín o coreano y el ruso estaba prohibido. Finalmente, los pilotos rusos no iban a acercarse, bajo ninguna circunstancia, al paralelo 38 (la frontera entre las dos Coreas) o a la costa. Esta medida pretendía que no fueran capturados por los estadounidenses.

Esta última restricción era la más frustante. Los pilotos rusos no podían perseguir a los aviones enemigos y como el momento en el que más vulnerables son los aviones enemigos es cuando están huyendo (porque se les ha acabado la munición, porque les falta combustible o porque tienen un problema técnico), los soviéticos no pudieron hacer ataques más fáciles. Cientos de pilotos occidentales pudieron escapar a Corea del Sur porque los rusos se daban la vuelta cuando se aproximaban a la costa o a la frontera.

A pesar de estas limitaciones los rusos ganaron la batalla. Según Karamarenko, durante los 32 meses que estuvieron en Corea, derribaron 1.250 aviones enemigos. “Los fuerzas de artillería antiaérea acabaron con 153 aviones mientras que los pilotos lo hicieron con 1.097”, escribe. En comparación, los soviéticos perdieron 319 aparatos MiG y Lavochkin La-11. 

Karamarenko añade: “Estábamos seguros de que los pilotos habían derribado más de los 1097 acreditados porque muchos cayeron al agua o se estrellaron al aterrizar en Corea del Sur”.

Preludio del Martes Negro 

Durante la guerra de Corea tuvieron lugar algunos de los combates aéreos más apasionantes de la historia. Gran parte de la acción se desarrolló en el Callejón de los MiG, que es el nombre que los pilotos occidentales dieron a la parte noroccidental de Corea del Norte, en la desembocadura del río Yalu. Fue aquí donde se desarrolló la primera batalla a gran escala entre jets, entre los rusos MiG-15 y EE UU F-86 Sabres. 

El caza soviético MiG-15 atacado por el F-86 Sabre estadounidense sobre Corea en 1952-53.

Octubre de 1951 fue un punto de inflexión en la guerra. Las fuerzas de reconocimiento aéreo de EE UU divisaron la construcción de 18 aeródromos en Corea del Norte. El mayor de ellos estaba en Naamsi, con pistas de aterrizaje de cemento.

Los historiadores Yuri Sutiaguin e Ígor Seido explican detalladamente en su libro Amenaza MiG sobre Corea las implicaciones de este programa de expansión de las pistas de aterrizaje. “Situados en el interior del territorio de Corea del Norte permitirían el traslado de unidades de MiG-15, lo que habría expandido el área de operaciones de estos peligrosos jets y habría puesto en peligro la operación de las fuerzas de la ONU. En caso de que el llamado Callejón de los MiG se hubiera extendido hasta el paralelo 38 habría expuesto a las tropas terrestres de la ONU a continuos ataques aéreos”.

El 23 de octubre de 1951, conocido como el Martes Negro, las fuerzas aéreas occidentales reunieron una gran armadas de 200 cazas (F-86 Sabres, F-84, F-80 y de cazas británicos Gloster Meteor IV) y cerca de dos docenas de bombarderos B-29 Superfortress (el mismo tipo que lanzó las bombas atómicas sobre Japón). La misión de este ataque concentrado era interrumpir el suministro a las fuerzas coreanas y chinas y dejar fuera de combate las bases de Naamsi y Taechon en Corea del Norte. 

Los aviones F-86F volando sobre Corea en el año 1953.

Para contrarrestar esta amenaza los rusos organizaron dos divisiones aéreas. La 303 con 58 MiG-15 que formaron el primer escuadrón y estaba encargado de atacar el primer grupo de bombarderos y cazas enemigos. Las división 324 contaba con 26 MiG-15; tenía el cometido de reforzar la batalla y cubrir a la 303 al salir de la lucha.

En busca de los grandes

La estrategia rusa consistía en ignorar los cazas de escolta y tratar de atacar directamente a los Superfortress, que eran más lentos. En su camino se cruzaron con un grupo de Meteors británicos, más lentos que ellos. Estuvieron tentados a atacarlos pero el comandante Nikolái Vólkov les dijo: “Vamos en busca de los grandes”.

Como si fueran orcas rodeando y devorando a su presa los MiG fueron a por las formaciones de B-29. Los rusos afirmaron que habían destruido diez de ellos (lo que supone el mayor porcentaje de bombarderos que EE U ha perdido jamás en una misión) mientras que perdieron un MiG. Sin embargo, Kramarenko afirma que había pilotos que hablaban de 20 bombarderos B-29 derribados en la semana del 22 al 27 de octubre. Además, EE UU perdió cuatro F-84.

Los estadounidenses reconocieron el derribo de tres bombarderos en el aire, mientras que otros cinco y un F-84 fueron severamente averiados.

El comandante Lev Shchukin recuerda el Martes Negro: “Estaban tratando de intimidarnos. Quizá pensaron que nos iban a dar miedo con su cantidad y que íbamos a huir pero en vez de eso, os encontramos con ellos y nos enfrentamos”.

Queda claro que estos rusos habían interiorizado lo que decía Serguéi Dolgushin, piloto que contó con 24 victorias en la Segunda Guerra Mundial, para ser un piloto de éxito: “Un amor por la caza y un gran deseo por ser el triunfador”.

Los rusos apodaron a los B-29 “Chabolas voladoras” porque ardían fácilmente. 

El antiguo piloto estadounidense Earl McGill escribre en el libro Martes Negro sobre el Namsi: los B-29 contra los MiG:

“En porcentaje, el Martes Negro supone la mayor pérdida en una misión de combate de EE UU, y el trozo de cielo llamado Callejón de los MiG quizá siga siendo el escenario de la mayor batalla aérea de todos los tiempos”.

Impacto en la moral de EE UU 

Esta batalla cambió para siempre el comportamiento de las fuerzas aéreas de EE UU en los bombardeos estratégicos. Los B-29 dejaron de hacer salidas de día al Callejón de los MiG. Los pueblos de Corea del Norte dejaron de ser bombardeados en alfombra por los estadounidenses. Miles de civiles quedaron fuera de la línea de fuego.

MiG-15 virando para atacar un B-29 en el año 1951.

Lo que es más importante, la destreza y la valentía de los pilotos rusos previnieron una nueva guerra mundial. Kramarenko explica: “El B-29 era un bombardero estratégico, en otras palabras, porteador de bombas atómicas. En un Tercera Guerra Mundial –y estábamos al borde estos bombarderos tenían la misión de bombardear la URSS con bombas atómicas. En este momento esos grandes aviones se veían sin defensas contra los jet, y eran inferiores a ellos en velocidad y armamento”.

Ninguno de los B-29 tenía la posibilidad de volar más de 100 km dentro de la URSS sin que fuera detectado. “Se puede decir que los soldados soviéticos que lucharon en Corea y causaron tantos perjuicios a la flota de bombarderos del enemigo, ahuyentaron la amenaza de una Tercera Guerra Mundial, una guerra nuclear, durante mucho tiempo”, explica Kramarenko. 

Pocos días después del Martes Negro, McGill se sentó en el asiento del copiloto del B-29 en la base de Okinawa, esperando la orden para ir al Callejón de los MiG. La tripulación estaba en silencio, les parecía que se enfrentaban a una destrucción segura, cuando les dijeron que la misión se cancelaba.

McGill explica sus sentimientos dentro del avión: “Esos minutos antes del alivio sentí lo que era el miedo como nunca antes lo había experimento hasta ese momento”.

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