Créase o no, la autocirugía del doctor soviético Leonid Rogózov para extirpar su propio apéndice no fue una operación única. Ya en 1921, el cirujano estadounidense Dr. Evan O'Neill Kane había realizado un experimento durante el cual se cortó su propio apéndice y se cosió a sí mismo.
La diferencia entre su caso y el de Rogózov fue que el médico soviético no estaba en un cómodo quirófano rodeado de un equipo de cirujanos profesionales dispuestos a ayudarle si algo salía mal. No lo hizo por el bien de la ciencia, sino para seguir con vida.
En 1960, el joven cirujano de 27 años Leonid Rogózov se unió a la sexta expedición soviética a la Antártida y se trasladó hasta el continente helado. Al año siguiente comenzó a trabajar como médico en la recién inaugurada estación Novolázarevskaia.
El 29 de abril de 1961, Leonid Rogózov cayó enfermo: debilidad, náuseas, temperatura elevada y dolor en la región ilíaca derecha. Rogózov se diagnosticó instantáneamente: apendicitis aguda. El problema era que era el único médico de la estación. Además, no podía ser evacuado: no había aviones en las estaciones cercanas. En cualquier caso, el mal tiempo descartaba realizar ningún despegue.
Una complicación en forma de peritonitis podría matarlo, por lo que Rogózov tuvo que actuar con rapidez. Como recuerda su hijo Vladislav, su padre se debatia entre la vida y la muerte, no podía conseguir ayuda y tuvo que operarse a sí mismo.
“Tenia que abrir su propio abdomen para sacarse los intestinos", recordó Vladislav. "No sabía si eso era humanamente posible”.
El 30 de abril comenzó la cirugía. Leonid fue asistido por el meteorólogo Alexánder Artémiev, quien ayudó con los instrumentos médicos, y el ingeniero mecánico Zinovi Teplinski, que sostuvo un espejo y una lámpara.
Rogózov estaba en posición semiacostada sobre el lado izquierdo. Después de inyectar una anestesia local de novocaína, hizo una incisión de 12 cm en la región ilíaca derecha. En parte con la ayuda del espejo y en parte con el tacto, comenzó a buscar su apéndice.
La visión de Leonid Rogózov buscando el apéndice entre sus tripas casi hizo que sus asistentes se desmayaran. El jefe de la estación, Vladislav Gerbóvich, quien también asistió a la cirugía, recordaría después que los dos asistentes estaban más blancos que la nieve, pero hicieron grandes esfuerzos para mantener la calma.
30-40 minutos después de que la cirugía comenzase, Rogózov se sintió muy débil y mareado, por lo que se vio forzado a hacer pequeños descansos de 5-10 segundos cada 5 minutos. El médico trató de mantener la calma durante todo el proceso.
Sin embargo, la parte final casi acabó con la paciencia de Rogózov. “¡Finalmente ahí estaba, el maldito apéndice! Con horror note una mancha oscura en su base. Eso significaba que sólo un día más y habría estallado... Mi corazón se agarrotó y se ralentizó notablemente, mis manos se sintieron como de goma. Bueno, pensé, va a terminar mal y todo lo que quedaba era extirpar el apéndice”, recordó el médico.
La cirugía duró 1 hora y 45 minutos en total, y terminó con éxito. En 5 días su temperatura se normalizó, y 2 días después le quitaron los puntos de sutura.
Cuando Leonid Rogózov regresó a casa, fue recibido como una verdadera celebridad y héroe nacional. Se hizo popular no sólo en la Unión Soviética, sino también en el extranjero.
Rogózov se convirtió en el héroe de artículos, libros, películas y canciones. Cientos de personas le escribieron cartas de toda la Unión Soviética y de otros países. Por su valentía fue condecorado con uno de las más altas consideraciones soviéticas: la Orden de la Bandera Roja del Trabajo, y se le entregó como recompensa un piso en Leningrado.
Rogózov fue comparado durante algún tiempo con el primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin, que se embarcó en su legendario vuelo sólo 18 días antes de que el médico se operara a sí mismo. Rogózov no fue la primera persona en extirparse su propio apéndice, pero en la Unión Soviética fue considerado un pionero. En cualquier caso, las condiciones en las que se realizó la autocirugía fueron increíblemente lúgubres.
“Había un fuerte paralelismo porque ambos eran de la misma edad, 27 años, ambos provenían de la clase trabajadora, y ambos lograron algo que no se había logrado antes en la historia de la humanidad. Eran prototipos del superhéroe nacional ideal”, dice hoy su hijo Vladislav.
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