La dudosa afirmación de que los soviéticos se aseguraron la victoria en la Segunda Guerra Mundial “lanzando cuerpos a los alemanes” está lejos de la verdad y ciertamente no fue el caso de la batalla de Moscú.
Allí, 1,4 millones de soldados del Ejército Rojo tuvieron que contener a casi 2 millones de soldados de la Wehrmacht. En tales circunstancias, el comando soviético no tenía nada que hacer, sino confiar en sus maniobras y elegir el momento adecuado para contraatacar.
Cuando las primeras bombas cayeron del cielo sobre la capital soviética, en julio de 1941, los dirigentes soviéticos decidieron no dejar sin respuesta esa acción. En el transcurso de un mes, un escuadrón aéreo especial con base en el archipiélago de Moonsund (actual Estonia), en el mar Báltico, llevo a cabo con éxito una incursión para bombardear la capital alemana.
Aunque no causaron daños graves, el ataque supuso un gran impulso psicológico. Mostró a los enemigos, aliados y al pueblo soviético por igual que el país no se había rendido y seguía luchando.
A pesar del significado convencional de la expresión, el “general Invierno” (que se refiere al invierno ruso) no siempre estuvo del lado ruso. El frío moderado de noviembre, cuando la Wehrmacht se acercó a Moscú, no creó ningún problema para los alemanes. Al contrario, congeló el suelo y les ayudó en su avance.
“El frío congeló los pantanos, y los tanques alemanes y sus unidades motorizadas (la principal fuerza de ataque enemiga) quedaron más libres para moverse. Lo sufrimos inmediatamente. El comando enemigo comenzó a utilizar los tanques fuera de las carreteras”, recordaría el mariscal Konstantín Rokossovski en sus memorias.
Más tarde, cuando los ejércitos soviéticos pasaron a la contraofensiva en diciembre y enero, el clima se tornó extremadamente frío. Los soldados soviéticos atacantes se congelaban en los campos y se hundían en la nieve profunda, mientras que los alemanes se aferraban a sus posiciones en los asentamientos que habían ocupado en las afueras de Moscú.
Justo antes de que comenzara la batalla de Moscú, la Unión Soviética recibió la primera entrega de equipo militar de Gran Bretaña como parte del programa de préstamo y arriendo.
En noviembre, los primeros tanques de infantería Matilda y Valentine se unieron a sus homólogos soviéticos de acero en las afueras de la capital. A menudo, las tripulaciones soviéticas tuvieron que aprender a conducir las máquinas extranjeras en el propio frente.
Además de tanques, aviones de combate Hawker Hurricane y Curtiss Tomahawk (pilotados por soviéticos) sobrevolaron los cielos de Moscú.
La contraofensiva soviética se hizo posible gracias a la aparición de nuevas divisiones llegadas de Siberia y el Lejano Oriente ruso. Hasta el último minuto, Stalin había mantenido a una parte significativa de sus tropas en la frontera con Manchuria, esperando contener un esperado ataque japonés.
Sin embargo, después de que el espía soviético Richard Sorge informara que el Imperio japonés no planeaba iniciar una guerra contra la URSS en 1941, varias docenas de divisiones fueron reasignadas a Moscú, donde inclinaron la balanza a favor de los soviéticos.
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