Se esperaba que el 4 de julio de 1989 fuera un día normal para el coronel Nikolái Skuridin, un experimentado piloto de las Fuerzas Aéreas soviéticas. Skuridin, que acababa de regresar de unas vacaciones, realizaba un vuelo de prueba sobre Polonia (entonces aliado soviético). Pero todo salió mal poco después de que su avión de combate MiG-23 despegase de la base aérea de Bagicz, cerca de Kołobrzeg
Mil kilómetros al oeste, en Bélgica, un joven de 19 años, Wim Delaere, también esperaba pasar un día normal en la granja donde vivía. Pero sería el último de su vida, por desgracia, ya que el avión de Skuridin se estrellaría contra su granja y enterraría a Delaere bajo escombros.
Cuando Skuridin despegó, el posquemador del motor se averió, y el piloto lo interpretó como la señal de que todo el motor estaba a punto de fallar, así que informó al director de vuelo de que iba a catapultarse, y así lo hizo después de obtener el permiso oficial para proceder a ello. Skuridin actuaba de acuerdo a las instrucciones, sin embargo, la situación resultante demostró estar muy lejos de lo esperado.
Sin el piloto, el motor de la aeronave empezó a funcionar correctamente, por lo que dejó de perder altura y, al ponerse bajo el control del piloto automático, voló más lejos según el rumbo, hacia el oeste. Los soviéticos y los polacos de la base aérea, no podían hacer nada al respecto.
El MiG-23 sin piloto cruzó el espacio aéreo de Polonia y la República Democrática Alemana sin ningún problema, ya que los sistemas reconocieron al avión como “aliado”. Pero incluso cuando cruzó la frontera entre Alemania del Este y Alemania Occidental, los pilotos de caza de la OTAN, al descubrir que el avión volaba sin estar tripulado, en piloto automático, decidieron no derribarlo.
“Cuando los cazas estadounidenses vieron que el avión soviético no estaba armado con armas ofensivas como bombas nucleares, lo dejaron seguir volando, esperando que se estrellara en el canal de la Mancha”, escribió The New York Times ese día. Tenían razón, ya que el solitario y condenado MiG-23 sobrevolaba regiones densamente pobladas de Alemania, Holanda y Bélgica. Si lo hubieran derribado, los restos podrían causar una destrucción importante e incluso muertes.
Sin embargo, existía el riesgo de que el avión cayera solo sobre la ciudad francesa de Lille, por lo que los cazas de la OTAN se prepararon para disparar. El MiG-23, sin embargo, perdió velocidad y cayó en el oeste de Bélgica, en un pueblo cerca de Kortrijk... justo en la casa del pobre Wim Delaere. Probablemente, ni siquiera tuvo tiempo de entender lo que pasaba.
“Lamento lo que pasó. Los belgas ya conocen las razones y nos disculpamos”, dijo Mijaíl Gorbachov, líder de la URSS, ese mismo día. En el peor de los casos, esta catástrofe puede haberse convertido en una crisis internacional a gran escala, pero como las relaciones entre la Unión Soviética y Occidente estaban en su apogeo debido a la democratización de Gorbachov y a la reducción de las tensiones de la Guerra Fría, todo fue relativamente bien. La URSS pagó a Bélgica una indemnización de 685.000 dólares y pronto se olvidó del desafortunado accidente. Después de todo, el descontrolado MiG-23 sólo mató a una persona, podría haber sido peor. Aunque Wim Delaere probablemente no estaría de acuerdo con esto.
Pincha aquí para leer sobre los 3 aterrizajes de emergencia más memorables protagonizados por pilotos rusos.
La ley de derechos de autor de la Federación de Rusia prohíbe estrictamente copiar completa o parcialmente los materiales de Russia Beyond sin haber obtenido previamente permiso por escrito y sin incluir el link al texto original.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: