Entre todos los aliados de Hitler, los finlandeses ocupaban un lugar especial. La guerra del país nórdico contra la Unión Soviética terminó de una manera diferente a la de Rumania, Bulgaria o Hungría. Mientras que estos últimos quedaron incluidos en la esfera de influencia soviética en 1945, en Finlandia nunca fue instalado un régimen socialista prosoviético.
Finlandia nunca firmó el Pacto Tripartito y no formaba parte oficialmente del Eje. Los finlandeses subrayaron que estaban librando una guerra separada contra la URSS (aunque cooperando con Alemania) para recuperar los territorios perdidos durante la Guerra de Invierno. Pero en realidad, esta llamada Guerra de Continuación llevó a las tropas finlandesas a territorio soviético mucho más profundo.
Para la Unión Soviética, estos matices diplomáticos finlandeses no tenían ningún valor. El país fue visto por los soviéticos como un agresor y títere del Tercer Reich. La primera línea de combate contra Finlandia se conoció simplemente como frente soviético-finlandés de la Gran Guerra Patria.
En junio de 1941, las tropas conjuntas germano-finlandesas en Finlandia se estimaban en más de 400.000 hombres. A pesar de que la Operación Barbarroja fue lanzada el 22 de junio, Finlandia no atacó entonces a la URSS e impidió que los alemanes lo hicieran desde su territorio.
Sin embargo, como el Ejército finlandés había violado los términos del tratado de Moscú de 1940 (que puso fin a la Guerra de Invierno) al desembarcar en las desmilitarizadas Islas Aland, y la Luftwaffe había comenzado a utilizar los aeródromos finlandeses para bombardear la Unión Soviética, la guerra se dio por declarada. Los bombarderos soviéticos atacaron Helsinki, y los primeros soldados finlandeses cruzaron la frontera el 28 de junio en dirección hacia la importante ciudad soviética de Múrmansk.
Durante la ofensiva, el Ejército finlandés se apoderó de vastas extensiones de territorio, desde las afueras de Múrmansk en el norte hasta el lago Onega en el sur. El 31 de agosto, los finlandeses traspasaron la antigua frontera entre Finlandia y la Unión Soviética cerca de Leningrado. La ciudad fue así rodeada, marcando el comienzo de su infame y trágico asedio.
En julio de 1941, el comandante en jefe finlandés, Carl Gustaf Emil Mannerheim, repitió unas palabras que pronunció ya durante la guerra civil finlandesa (1918): “No volveré a meter mi espada en su vaina hasta que Finlandia y Carelia Oriental [por entonces territorios soviéticos] sean libres”. Y añadió: “¡Soldados! Vuestra victoria liberará a Carelia, vuestras acciones crearán un futuro feliz y grandioso para Finlandia”. Sin embargo, no todos los finlandeses estaban deseosos de participar en esta “liberación”. Hubo casos en soldados, incluso unidades enteras, se negaron a avanzar más allá de las antiguas fronteras entre Finlandia y la Unión Soviética para adentrarse en el territorio de la URSS.
Después de un gran avance inicial, la ofensiva finlandesa se detuvo y la línea de frente se estabilizó. No se llevaron a cabo operaciones importantes hasta 1944. Los soldados bromeaban sobre las tropas soviéticas que defendían Leningrado de los finlandeses: “Hay tres ejércitos que en este momento no luchan en el mundo: el sueco, el turco y el 23º ejército soviético”.
La derrota alemana en la batalla de Kursk preocupó significativamente a los dirigentes finlandeses. A medida que los soviéticos liberaban gradualmente sus propios territorios y se acercaban a Carelia, los finlandeses iban y venían entre Berlín y Washington, ya fuese para obtener más ayuda militar de los alemanes o para pedir a los estadounidenses que fueran mediadores en las conversaciones de paz con la URSS (Estados Unidos no declaró la guerra a Finlandia durante la Segunda Guerra Mundial).
En el verano de 1944, el Ejército Rojo liberó todo el territorio de Carelia de las tropas finlandesas. La feroz resistencia finlandesa y sus algunos de sus éxitos locales, como la batalla de Tali-Ihantala, plantearon a los dirigentes soviéticos una seria duda sobre si valía la pena lanzar una nueva ofensiva en territorio finlandés.
“Es imposible saber hoy lo que (Stalin) quería”, dice el historiador Bair Irinchíev. “Ni en 1940 ni en 1944 Stalin intentó ocupar toda Finlandia. Después de todo, esta no era una dirección estratégica primaria... ¿Valía la pena ocupar toda Finlandia, desde Helsinki hasta Oulu? Esta tierra tiene un territorio casi del tamaño de Gran Bretaña, densamente poblado, y estaba en ciernes de una guerra civil...”.
“El objetivo no era, al menos sobre los documentos militares, incorporar a Finlandia a la Unión Soviética", dice el historiador finlandés, Ohto Manninen. “El objetivo era asegurar el libre paso de la Flota Roja al golfo de Finlandia y permitir que el Ejército Rojo atacara el flanco de los alemanes en el norte”.
El Día D jugó un papel importante en la decisión de los soviéticos de dejar Finlandia en paz. La Unión Soviética concentró todos sus esfuerzos en el objetivo principal de tomar Berlín antes que los británicos y los estadounidenses. “Los Aliados habían abierto un segundo frente contra Alemania en Francia, lo que allanó el camino para la firma de un armisticio entre Finlandia, la Unión Soviética y Gran Bretaña en septiembre de 1944”, explica el historiador finlandés, Henrik Meinander.
Según el historiador ruso, Alexéi Komarov, “Stalin pensó de manera pragmática. Era importante para él mantener a Finlandia neutral, al menos en aquel momento histórico... Los líderes soviéticos querían convertir a Finlandia en un Estado relativamente amistoso, una especie de colchón entre la URSS y Occidente”.
El 19 de septiembre de 1944, Finlandia acordó el Armisticio de Moscú con la URSS y el Reino Unido. El país nórdico cedió partes de Carelia y Salla, así como algunas islas del golfo de Finlandia y Petsamo. Los soviéticos recibieron el derecho de alquilar la península de Porkkkala, cerca de Helsinki, como base para su marina durante 50 años (como gesto de buena voluntad, los soviéticos la devolvieron en 1956).
Expulsando a los finlandeses de su territorio, la Unión Soviética decidió no llevar el asunto más allá. Como resultado, los soviéticos consiguieron un vecino neutral amigo y un socio económico cercano en los años siguientes.
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