Una bandera rusa ondeó en 2019 en una aldea de Papua Nueva Guinea. Los aborígenes locales recibieron aquel día a una expedición dirigida por el sobrino nieto homónimo del famoso antropólogo Nikolái Miklujo-Maklái. Hace 150 años, la cabaña de su tío tatarabuelo se encontraba en el lugar donde ondeaba la bandera. “Aquí recuerdan muy bien a Rusia, y al ‘hombre de la luna’, un apodo dado a Maklái por el color de su piel”, cuentsa Nikolái Miklujo-Maklái Jr. Después de su visita en 2019, el pueblo también fue renombrado en honor a su antepasado.
Junto con sus colegas de Moscú y San Petersburgo, Miklujo-Maklái Jr., un destacado experto del Instituto de Estudios Orientales de la Academia Rusa de Ciencias (RAN), creó un detallado mapa con los nombres y coordenadas de todos los lugares de Oceanía descubiertos por exploradores rusos en los siglos del XIX-al XXI.
Durante los viajes de campo llevados a cabo entre 2017 y 2019, con la ayuda de los archivos australianos, los investigadores lograron identificar la existencia de 71 topónimos, de los cuales ocho tenían nombres originales anteriores. Al resto se les dio nuevos nombres.
Los científicos rusos desean preservar la memoria de los descubrimientos de sus antepasados, al menos en los mapas rusos.
La costa de Maklái, nororiental de la isla de Nueva Guinea, fue rebautizada como Costa de Rai, un título prestado de un pueblo cercano a principios del siglo XX, en la época de la colonización alemana. Un destino similar ocurrió en otros 50 lugares, originalmente nombrados por Miklujo-Maklái y marineros rusos. También hubo cambios posteriores hechos por los australianos.
Aquí hay una lista de lugares en Oceanía que conservan sus nombres rusos en los mapas internacionales hasta el día de hoy.
Rusia y Oceanía poseen un fuerte vínculo histórico y una relación que ha durado más de dos siglos. Los circunnavegadores rusos del siglo XIX, las expediciones soviéticas de los años 30 y 70, seguidas de las rusas en 2017 y 2019, han contribuido en gran medida al estudio de los pueblos aborígenes de la región y al avance de su modo de vida.
Los residentes de varias aldeas transmiten historias de las aportaciones de Miklujo-Maklái, materializada por ejemplo con herramientas de metal, así como algunas palabras en ruso que terminaron en el idioma local: el Bongu. Palabras como ‘topor’ (‘hacha’), ‘kukuruza’ (‘maíz’) y ‘arbuz’ (‘sandía’).
Mientras llevaba a cabo sus investigaciones antropológicas en Australia, Miklujo-Maklái fundó el primer laboratorio biológico del hemisferio sur. Aparte de sus viajes de investigación, el resto de los viajes de los rusos a Oceanía en el siglo XIX fueron más o menos paradas de tránsito. Los marineros mostraban a los lugareños la bandera rusa, se surtían de alimentos y combustible, que intercambiaban por armas metálicas, y recogían información sobre el asentamiento de colonos ingleses en Australia. Usando estos conocimientos, el capitán Iván Krusenstern publicó en 1823 el “Atlas del mar del Sur” - uno de pocos, tan exacto que fue usado por los marineros de todo el mundo para navegar por el Pacífico Sur hasta principios del siglo XX.
Hoy en día, el recuerdo de las hazañas rusas en Oceanía se mantiene vivo en parte gracias a la fundación familiar, dirigida por Nikolái Miklujo-Maklái Jr.
“Los rusos llevaban a cabo un investigación no una conquista”, afirma Sofia Pale, especialista principal del Centro de Estudios de Asia-Pacifico en el Instituto de Estudios Orientales de la RAN. “Descubriendo otra isla desconocida, los capitanes viajaban alrededor de ella para trazar el mapa de la costa y ponerla en el mapa. Mientras estaban allí, o bien hablaban con los lugareños y averiguaban el nombre de esta, o bien, si la isla estaba deshabitada, creaban una propio y colocaban en su diario las coordenadas de su ubicación”, añade. “Esta información se enviaba entonces al departamento marítimo de Rusia, donde era clasificada. Los ingleses, mientras tanto, eran una superpotencia naval, y anclaban sus barcos en cualquier puerto en el que quisiesen hacerlo.
Los archivos de la Biblioteca Estatal de Nueva Gales del Sur (Australia), junto con las anotaciones del diario de los marineros, permitieron a los investigadores descubrir varios de los nombres perdidos. Se creó una carta náutica en la que se enumeraban por orden alfabético los nombres rusos y los actuales, junto con las coordenadas, las circunstancias del descubrimiento y la situación política y administrativa actual. La investigación resultante se publicó en el libro “Rusia y Oceanía”, y puede verse en este cortometraje.
Los datos recopilados también se están utilizando en la creación de un nuevo atlas mundial, encargado por el presidente Vladímir Putin en 2018. Según el dirigente ruso, la información actual ha sido objeto de varias ediciones, muchas de ellas relativas a antiguos topónimos rusos: “No vamos a imponer nuestras opiniones a otros... pero no reaccionar ante una flagrante tergiversación de las verdades históricas y, en este caso, geográficas, no está dentro de nuestros derechos”, dijo Putin en abril de 2018 en una reunión del consejo de administración de la Sociedad Geográfica Rusa, que preside. El proyecto de denominación fue asignado al Servicio Federal de Registro Estatal, Catastro y Cartografía, al Ministerio de Defensa y a la Sociedad Geográfica Rusa.
“Cada país tiene el derecho de asignar los nombres que le parezcan convenientes”, dice Miklujo-Maklái Jr. “Renombrar objetos o poner nombres distintos entre paréntesis para la posteridad es algo que sólo podemos hacer en nuestros propios mapas.”
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