En la mañana del 27 de noviembre de 1944, un avión de reconocimiento del portaaviones británico HMS ‘Implacable’ divisó un convoy marítimo alemán entre las islas de Tjøtta y Rosøya, al norte de Noruega. El gran buque de transporte ‘Rigel’, escoltado por varias patrulleras, navegaba por la costa en dirección sur hacia Trondheim. Se trataba de una presa demasiado buena como para perderla, y los aviones torpederos y bombarderos en picado Fairey Barracuda ascendieron hacia el cielo desde la cubierta del portaaviones, acompañados de cazas de escolta. Ninguno de los militares británicos podía imaginar en ese momento el desastroso error que estaban cometiendo.
Antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el ‘Rigel’ había servido en Noruega como buque de carga. Tras la ocupación del país por los alemanes en 1940, fue requisado para las necesidades del ejército alemán y comenzó a ser utilizado para transportar tropas y material militar.
'Rigel' en servicio en Alemania.
Foto de archivoSin embargo, el ‘Rigel’ partió en su nefasto viaje de noviembre con una carga completamente diferente. A bordo, custodiados por casi 400 soldados germanos, iban 95 desertores alemanes y más de 2.200 prisioneros de guerra, en su mayoría militares del Ejército Rojo, así como yugoslavos y polacos.
El barco, utilizado temporalmente como prisión flotante, era completamente inadecuado para esta función. La gente estaba encerrada en las bodegas de carga como si fuera ganado, en condiciones de hacinamiento terrible y sin ventilación ni acceso a instalaciones sanitarias elementales.
El torpedero Fairey Barracuda en vuelo
Foto de archivoLos pilotos británicos que descubrieron el barco no sabían nada de todo esto. Creyeron que se habían topado con un barco de tropas alemán que llevaba refuerzos para las fuerzas del Tercer Reich en Europa Central.
El convoy, mal defendido, no tenía ninguna posibilidad de enfrentarse a la aviación británica. El ‘Rigel’ recibió varios impactos directos y comenzó a hundirse rápidamente. Las bombas destruyeron las escaleras de las bodegas de carga, condenando a cientos de personas a una muerte segura.
Los prisioneros de guerra soviéticos en Noruega.
Foto de archivoLos que lograron subir a cubierta acabaron luchando por los pocos equipos de salvamento del barco. “Fue una lucha a vida o muerte. Yo era joven y fuerte y luché por mi vida”, recuerda Asbjørn Schultz. Detenido por meterse en una pelea con un soldado alemán, era uno de los ocho prisioneros noruegos que viajaban en el ‘Rigel’ y el único que sobrevivió.
La gente se quemaba viva en el fuego o se ahogaba en el agua helada. “El mar y el aire estaban helados. Los británicos dispararon a los que estaban en el agua y a los que se encontraban en las balsas salvavidas”, dijo Schultz.
El barco de prisioneros Rigel, controlado por los alemanes ardiendo tras ser bombardeados y ametrallados por la aviación británica.
Foto de archivoEl mismo noruego consiguió llegar a la isla desierta de Rosøya, situada a unos cientos de metros, en una de las balsas salvavidas. Sus compañeros de viaje fueron un soldado alemán y un prisionero de guerra soviético. Al llegar a tierra firme, cada uno de ellos siguió su camino.
El error de la Royal Navy costó casi dos mil quinientas vidas, la mayoría de ellas de prisioneros de guerra soviéticos. En total, se salvaron 267 vidas, en gran parte gracias a que Heinrich Rhode, el capitán del ‘Rigel’, consiguió en el último momento encallar el barco, que se hundía en aguas poco profundas frente a Rosøya.
Durante mucho tiempo, los cuerpos de los desafortunados pasajeros del ‘Rigel’ llegaron a la costa o quedaron atrapados en las redes de los pescadores locales. Para muchos de ellos, el propio barco hundido se convirtió en una fosa común. Su proa fue visible sobre las olas cerca de la isla deshabitada durante varias décadas. Los restos de los muertos no se recuperaron hasta 1969, y fueron enterrados en un cementerio militar en la isla vecina de Tjøtta.
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