Esta es la terrorífica historia real de la ‘isla de los caníbales’ de la URSS

Kira Lisitskaya (Foto: Mijaíl Krukovsky/Kunstkamera/russiainphoto.ru; Freepik.com)
“Por toda la isla se podía ver carne humana desgarrada, cortada y colgada en los árboles. Los claros estaban llenos de cadáveres.”

En mayo de 1933, más de 6.000 personas que estaban siendo deportadas a Siberia como parte de las represalias en curso fueron llevadas en barcazas a una pequeña isla deshabitada en el río Ob, en Siberia. Bajo la atenta mirada de sus guardias, estos llamados “elementos socialmente dañinos y desclasados” de la sociedad soviética esperaban ser enviados a campos de trabajo especiales más al este.

Durante casi un mes, fueron abandonados a su suerte en un pequeño trozo de tierra sin apenas comida. No pasó mucho tiempo antes de que algunos de ellos traspasasen todos los límites y empezaran a comerse a sus semejantes...

Todos sin distinción

Todo comenzó con la decisión de la Unión Soviética de revivir el sistema de salvoconductos abolido tras la revolución de 1917. En aquel entonces, los dirigentes bolcheviques suprimieron estos pasaportes como medio para controlar los movimientos de la gente dentro del país. Se creía que un soviético podía vivir y trabajar donde quisiera.

Esto provocó que masas de campesinos, habiendo experimentado todas las penurias de la política económica soviética (la lucha contra los campesinos ricos y la propiedad privada, la creación de granjas colectivas, etc.), acudiesen a las ciudades en busca de una vida mejor. Lo que, a su vez, provocó una aguda escasez de viviendas disponibles para el principal pilar del régimen gobernante: el proletariado.

A partir de finales de 1932, los trabajadores se convirtieron en el principal sector de la población al que se le expidieron salvoconductos. Mientras que los campesinos (con raras excepciones) no tuvieron derecho a tener estos documentos hasta 1974.

Junto con la introducción del sistema de pasaportes, las grandes ciudades llevaron a cabo “operaciones de limpieza” para expulsar a los que no tenían los papeles que autorizaban su derecho a vivir allí. Además de hacia los campesinos, esas purgas y detenciones iban dirigidas a todo tipo de “antisoviéticos” y “elementos desclasados”. Entre ellos había oportunistas, vagabundos, mendigos, prostitutas, antiguos sacerdotes y otras categorías de la población que no realizaban un trabajo socialmente útil. Sus bienes (si los tenían) fueron confiscados y ellos mismos fueron enviados a asentamientos especiales en Siberia, donde debían trabajar por el bien del Estado.

Los dirigentes del país creían que así mataban dos pájaros de un tiro. Por un lado, limpiaban las ciudades de elementos ajenos y hostiles y, por otro, poblaban la casi desierta Siberia.

La policía y los agentes del servicio de seguridad de la OGPU eran tan celosos en sus redadas en busca de documentos de movimiento que a menudo detenían en las calles incluso a aquellas personas a las que se les había expedido un salvoconducto, pero que casualmente no lo llevaban encima en ese momento. La lista de “infractores” podía incluir a un estudiante que iba a visitar a sus familiares o a un conductor de autobús que había salido a comprar cigarrillos. Una vez, incluso el jefe de un departamento de policía de Moscú y los dos hijos del fiscal de la ciudad de Tomsk fueron detenidos. El padre consiguió rescatarlos rápidamente, pero no todos los detenidos por error tenían familiares de alto rango que les ayudaran.

Los “infractores del régimen de pasaportes” no fueron sometidos a ninguna revisión exhaustiva de su caso. Fueron declarados culpables casi de inmediato y enviados a campos de trabajo en el este del país. La situación se agravó aún más por el hecho de que, junto con ellos, esperaban la deportación a Siberia criminales veteranos, enviados a estos lugares para aliviar la carga de los abarrotados campos de prisioneros de la parte europea del país.

Isla de la muerte

La triste historia de lo que le ocurrió a una de las primeras tandas de esos deportados se conoció como la Tragedia de Názino.

En mayo de 1933, más de 6.000 personas fueron transportadas en barcazas hasta una pequeña isla desierta en el río Ob, cerca del pueblo de Názino, en Siberia. Se suponía que debían permanecer allí temporalmente, mientras se resolvían los problemas surgidos con su alojamiento en campos de trabajo, que resultaron no estar preparados para aceptar un número tan grande de nuevos residentes.

Los deportados iban vestidos con la ropa con la que la policía los había detenido en las calles de Moscú y Leningrado (actual San Petersburgo). No tenían ropa de cama ni herramientas para hacerse un refugio temporal.

El segundo día se levantó un viento, luego la temperatura bajó a cero y después empezó a llover. Indefensos ante los elementos, lo único que podían hacer los prisioneros era sentarse alrededor de las hogueras o vagar por la isla en busca de cortezas y musgo, ya que nadie se había tomado la molestia de proporcionarles comida. Sólo al cuarto día les trajeron algo de harina de centeno, apenas unos cientos de gramos por persona. Una vez recibidas esas escasas raciones, la gente se precipitó al río, donde utilizaron sus sombreros, cubrepiés, chaquetas y pantalones como recipientes para hacer una especie de gachas.

Pronto cientos de deportados murieron. Hambrientos y congelados, se quedaron dormidos junto a las hogueras y se quemaron vivos, o murieron de agotamiento. Algunos también fueron víctimas de la brutalidad de algunos de los guardias, que golpeaban a la gente con las culatas de sus rifles. Y escapar de esa “isla de la muerte” era imposible, ya que estaba rodeada de equipos de ametralladoras, que disparaban inmediatamente a los que intentaban huir.

La ‘isla caníbal’

Los primeros casos de canibalismo en la isla Názino tuvieron lugar el décimo día después de que los deportados fueran abandonados allí. Los primeros en atreverse fueron los criminales acérrimos. Acostumbrados a sobrevivir en condiciones brutales, formaron bandas que aterrorizaron a los demás.

Los habitantes de un pueblo cercano se convirtieron en testigos involuntarios de la pesadilla que se desarrollaba en la isla. Una campesina, que entonces tenía sólo 13 años, recordó cómo una hermosa joven fue cortejada por uno de los guardias: “Cuando este se fue, la gente agarró a la chica, la ató a un árbol y la apuñaló hasta matarla, comiendo todo lo que pudo. Tenían hambre y querían comer. Por toda la isla se podía ver carne humana desgarrada, cortada y colgada en los árboles. Los claros estaban llenos de cadáveres”.

“Elegía a los que ya no estaban vivos, pero tampoco muertos”, declaró durante los interrogatorios posteriores un prisionero de nombre Uglov, acusado de canibalismo. “Podías ver que una persona estaba desahuciada, que moriría de todos modos en uno o dos días. Así que sería más fácil para ellos morir... ahora, de inmediato, en lugar de sufrir durante dos o tres días más”. 

Teófila Bilina, otra residente del pueblo de Názino, recordaría: “Los deportados venían a veces a nuestro apartamento. Una vez vino una anciana de la Isla de la Muerte. La iban a deportar más adelante... Vi que a la anciana le habían cortado las pantorrillas. Cuando le pregunté, me dijo: ‘Me las cortaron en la Isla de la Muerte y las asaron’. Le habían cortado toda la carne de las pantorrillas. Sus piernas se congelaban todo el tiempo y la mujer las envolvía en trapos. Pero era capaz de caminar sin ayuda. Parecía vieja, pero en realidad tenía unos 40 años”.

Un mes después, las personas hambrientas, enfermas y agotadas, que habían estado sobreviviendo con minúsculas raciones de comida que se les distribuían ocasionalmente, fueron evacuadas de la isla. Sin embargo, su calvario no terminó ahí. Siguieron muriendo en los asentamientos siberianos tratando de sobrevivir con escasas raciones en los fríos y húmedos barracones que no eran aptos para vivir en ellos. Al final, de las 6.000 personas, poco más de 2.000 sobrevivieron a su largo calvario.

Una tragedia ‘alto secreto’

Esta tragedia no habría sido conocida por nadie más que por los habitantes de la zona, de no ser por Vasili Velichko, un instructor del comité del distrito de Narim del Partido Comunista. Fue enviado a uno de los asentamientos de trabajadores en julio de 1933 para informar sobre cómo los “elementos desclasados” estaban siendo reubicados con éxito allí, pero, en su lugar, se sumergió completamente en una investigación de lo que había sucedido.

Velichko envió su detallado informe, basado en el testimonio de docenas de supervivientes, al Kremlin, donde creó un gran revuelo. Una comisión especial que llegó a Názino realizó una investigación exhaustiva, encontrando 31 fosas comunes en la isla con 50-70 cadáveres en cada una.

Más de 80 deportados y guardias fueron procesados, incluidos 23 que fueron condenados a la pena capital por “saqueo y asalto” y 11 por canibalismo.

Una vez terminada la investigación, los detalles del caso fueron clasificados, junto con el informe de Vasili Velichko. Perdió su trabajo como instructor del partido, pero no fue sometido a ninguna otra sanción. Convertido en corresponsal de guerra, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y escribió varias novelas sobre las transformaciones socialistas en Siberia, pero nunca se atrevió a escribir sobre la “isla de la muerte”.

El público en general no se enteró de la tragedia de Názino hasta finales de la década de 1980, poco antes del colapso de la Unión Soviética.

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