A lo largo de los siglos, Rusia tuvo una relación de amor-odio con los propietarios de armas.
En el siglo XVII, el Estado ruso animaba a la gente a llevar armas. “Tanto ellos como sus campesinos deben tener toda clase de rifles, para que nadie esté desarmado si llegan los tártaros”, decía un decreto emitido en 1652.
Aunque había ciertas restricciones, éstas regulaban principalmente algunos casos excepcionales en los que se prohibía a la gente portar armas en ciertos lugares; principalmente, en las cercanías del zar.
Años más tarde, en 1684, entró en vigor una nueva restricción: se prohibió a los propietarios de armas dispararlas dentro de sus casas. Los frecuentes incendios en Moscú, ciudad en la que prácticamente todo estaba construido de madera, fue la razón más probable de esta restricción.
En 1718, Pedro el Grande promulgó un decreto “Sobre la prohibición de disparar en los patios y en las calles bajo pena de multa". Al parecer, los propietarios de armas de la época perfeccionaban sus habilidades de tiro donde consideraban conveniente. Sin embargo, a partir de 1718 se les ordenó “salir de los suburbios al campo, donde no hay viviendas”.
En el siglo XIX, la venta de armas estaba regulada por una ley que estipulaba: “Se prohíbe a todos y cada uno el llevar armas, excepto a aquellos a quienes la ley se lo permita o prescriba”.
Esto no significaba que los ciudadanos fueran despojados de su derecho a portar armas. La ley no prohibía poseer y llevar un arma en defensa propia, para la caza o el deporte. Por lo tanto, las pistolas y las armas de fuego eran populares entre diferentes clases de personas y generaban un flujo de ingresos para los fabricantes de armas y los comerciantes de armas con licencia.
Los modelos de empresas como Smith & Wesson, Winchester, Mauser, Parabellum y Brownings inundaron el mercado ruso. Muchas de estas armas se ganaron las simpatías de los propietarios de armas rusos.
Las armas también eran bastante asequibles. Por ejemplo, un vendedor anunciaba un revólver Smith & Wesson a la venta por 33,5 rublos. Dado que los trabajadores ganaban una media de 26 rublos al mes, un revólver era un accesorio bastante caro, pero todavía asequible para la clase alta.
Los anuncios de armas y los panfletos de la época también sugieren que poseer un arma en el Imperio Ruso en el umbral de los siglos XIX y XX no era algo extraordinario. Las armas se vendían junto con otros artículos, como deportivos o de exterior. Las armas compradas también podían ser enviadas por correo a los clientes, un método de entrega prohibido hoy en día.
Los folletos anunciaban el aspecto y las cualidades técnicas de las armas, así como su letalidad. “La belleza del aspecto general no tiene parangón”, “la sencillez del diseño y la incomparable facilidad para llevarla en el bolsillo”, “este arma mata a un caballo a una distancia de 200 pasos”. Eslóganes como estos fueron utilizados por los distribuidores autorizados para promocionar sus productos.
Las pistolas Luger y Brownings, algo más caras, eran una muestra del estatus del propietario. Las personas que no podían permitirse modelos caros optaban por revólveres de bolsillo más asequibles, como los franceses Velo-Dog. Se utilizaban para protegerse de los perros callejeros mientras se montaba en bicicleta.
Las personas más pobres, que no podían permitirse un revólver de lujo, los cocheros o los posaderos, por ejemplo, utilizaban principalmente armas de cañón largo más baratas para protegerse.
La larga tradición de posesión de armas en el Imperio ruso llegó a su fin poco después de la Revolución Rusa. El gobierno soviético ordenó al pueblo que entregara sus armas. Desde entonces, a los soviéticos y a los rusos no se les permitió utilizar ciertos tipos de armas de fuego (en concreto, pistolas y revólveres) para defenderse o para cualquier otro fin.
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