La ejecución del zar Nicolás II y su familia en Ekaterimburgo.
Mary Evans Picture Library/Global Look PressDespués de que Nicolás II abdicara del trono ruso, el Gobierno Provisional arrestó al zar y a su familia en Tsárskoie Seló el 7 de marzo de 1917.
La familia permaneció en su palacio y fue humillada de diversas maneras. Los soldados se negaron incluso a estrechar la mano del zar y se llevaron el fusil de juguete del heredero Alexéi.
Familia del zarista trabajando en las mejoras del Parque de Catalina durante su arresto en Tsárskoye Seló.
Dominio públicoEn agosto de 1917, el zar y su familia llegaron a Tobolsk, situada en Siberia. En total, la familia y su séquito contaban con 45 personas. Fueron custodiados por 330 soldados y 7 oficiales y sometidos a arresto domiciliario. Y fue en Tobolsk donde los Romanov supieron de la Revolución de Octubre.
El zar Nicolás II y sus hijos sentados frente a una valla y un invernadero durante su cautiverio en Tobolsk. (de izquierda a derecha): Tatiana, Olga, un pequeño criado, Alexéi, Nicolás II y Anastasíya.
Dominio público“¡Es repugnante leer las descripciones en los periódicos de lo que ocurrió hace dos semanas en Petrogrado y en Moscú! Mucho peor y más vergonzoso que los acontecimientos del Periodo Turbulento”, escribió Nicolás II en su diario.
En abril de 1918, los bolcheviques trasladaron al zar a Ekaterimburgo.
Nicolás tenía miedo de ir allí, pues sabía que los trabajadores de las minas de los Urales estaban furiosos con el zar: vivían y trabajaban en condiciones vergonzosas, gracias a la ausencia de leyes laborales efectivas en el Imperio ruso. No obstante, Nicolás, Alexandra Fiódorovna y su hija María fueron trasladados a Ekaterimburgo, mientras que el resto de la familia permaneció en Tobolsk, debido a la enfermedad del heredero Alexéi.
Fotografía de Nicolás Romanov tomada tras su abdicación en marzo de 1917 y su exilio a Siberia.
Dominio públicoCuando el tren con Nicolás, su esposa, su hija y algunos sirvientes llegó a la estación de Ekaterimburgo, fue recibido por una turba enfurecida de ciudadanos, probablemente reunidos especialmente por los bolcheviques. Los rojos tuvieron que empezar a cargar ametralladoras para proteger a la antigua realeza.
La casa Ipátiev. 1928. Las dos primeras ventanas de la izquierda y las dos del fondo son las habitaciones del zar, la zarina y el heredero. La tercera ventana del fondo es la habitación de las grandes duquesas. Abajo está la ventana del sótano donde fusilaron a los Romanov.
Dominio públicoLos Romanov fueron conducidos a la casa Ipátiev, donde más tarde serían asesinados. Cuando el zar entró en la casa, le dijeron: “Ciudadano Romanov, puede entrar”. La casa estaba rodeada por una valla de madera, con dos casetas de vigilancia y numerosos guardias en el jardín y en el exterior.
“La casa es bonita, limpia”, escribió Nicolás II en su diario. “Nos asignaron cuatro habitaciones: un dormitorio esquinero, un lavabo, un comedor contiguo con ventanas al jardín y vistas a la parte baja de la ciudad y, por último, un espacioso salón con un arco sin puertas”.
En mayo de 1918, la familia se reunió en la casa Ipátiev.
Como declaró más tarde Terenti Chemodúrov, ayuda de cámara de la familia real, que escapó a la ejecución, durante un interrogatorio, los miembros de la realeza fueron tratados de forma vergonzosa.
Inmediatamente después de la llegada de Nicolás II y Alexandra Fiódorovna a la casa de Ipátiev fueron registrados y “uno de los que llevaron a cabo el registro arrebató el reticulo de las manos de la emperatriz e hizo que la soberana comentara: ‘Hasta ahora he tratado con gente honrada y decente”.
“Cuando los miembros de la realeza estaban comiendo, no tenían suficientes tenedores y cucharas y tuvieron que compartirlos. Los soldados del Ejército Rojo los observaban y, de vez en cuando, tomaban bocados de sus platos. Las princesas dormían en el suelo, pues no tenían camas. Cuando las princesas iban al baño, los soldados del Ejército Rojo, aparentemente de guardia, las seguían...” Los soldados también robaban de las provisiones de la familia real. Estas declaraciones de Chemodúrov y otros testigos fueron repreguntadas más tarde por Nikolái Sokolov, el primer investigador del caso de asesinato, y resultaron fiables.
Las condiciones en Ekaterimburgo en aquel momento eran incómodas para los bolcheviques -se esperaba una ofensiva de los militares monárquicos “blancos”- seguramente intentarían liberar a la realeza. Mientras tanto, los obreros de las fábricas de los Urales exigían ejecutar a la familia real.
La decisión de ejecutar al zar y a su familia fue tomada por el Soviet de los Urales, un órgano ejecutivo local de los bolcheviques. Sin embargo, en 2015 se reabrió en Rusia la investigación sobre el caso. Yevgueni Pchelov, uno de los historiadores que aportó los conocimientos históricos al caso, en su libro de 2020 El asesinato de los zares en 1918 reevaluó a fondo los datos existentes y llegó a las siguientes conclusiones.
Vladimir Lenin (1870-1924) (a la derecha) y Yákov Sverdlov (1885-1919) inspeccionando un monumento temporal a Karl Marx y Friedrich Engels en la Plaza Voskresénskaya (actual Plaza de la Revolución). 1918.
Alexéi Savélyev/SputnikEn la primera mitad de 1918, los líderes bolcheviques, Vladímir Lenin y Yákov Sverdlov, reflexionaron sobre la idea de crear un tribunal público sobre Nicolás y su familia. Sin embargo, a principios de julio de 1918, la situación en los frentes de la Guerra Civil empeoró y los blancos podrían haber liberado a la familia real. Esto obligó a los bolcheviques a tomar decisiones despiadadas.
Como continúa Pchelov en su libro, el 15 de julio de 1918, el Soviet de los Urales decidió ejecutar a Nicolás, debido a la grave situación en los frentes. Si el emperador hubiera sido recuperado por los blancos, ello habría elevado enormemente la moral de sus partidarios e incluso podría llevar a que los monarcas extranjeros ayudaran a Nicolás. Todo eso era impensable para los rojos.
Yákov Yurovski, principal verdugo del zar Nicolás II y su familia, principios del siglo XX. Relojero de Perm, Yurovski (1878-1938) declaró ser el líder del grupo de bolcheviques que asesinó a Nicolás II y a su familia en Ekaterimburgo el 17 de julio de 1918.
Legion MediaLa decisión del Soviet de los Urales fue transferida a Yákov Yurovski, comandante de la casa Ipátiev. “El 16 de julio, a las 6 de la tarde, Filipp Goloshchiokin [jefe de Yurovski, miembro del comité bolchevique de Ekaterimburgo] me ordenó realizar la tarea”, dijo Yurovski a Mijaíl Pokrovski, el primer historiador oficial soviético, en 1920.
A las 20h, 16 de julio, un telegrama fue enviado a Moscú, con las palabras: “No podemos esperar. Si sus opiniones son opuestas, háganoslo saber ahora mismo, sin tener que esperar. Goloshchiokin”. Filipp Goloshchiokin, el hombre a cargo de las decisiones ejecutivas, esperó unas horas por una respuesta, pero no llegó, así que él, entonces, ordenó la ejecución de la familia real.
En 1935, Lev Trotski escribió en sus memorias que, tras la rendición de Ekaterimburgo a los blancos, preguntó a Yákov Sverdlov en Moscú quién había tomado la decisión de ejecutar al zar. “Lo decidimos aquí. Ilich [Lenin] creía que no debíamos dejarles [a los blancos] un símbolo viviente, especialmente en las difíciles condiciones actuales”, respondió Sverdlov sin rodeos.
La habitación del sótano de la casa Ipátiev donde fueron asesinados los Romanov en julio de 1918. Las paredes fueron destrozadas por los verdugos en busca de dinero y joyas.
Legion MediaEn la mañana del 16 de julio, la emperatriz Alexandra Fiódorovna escribió en su diario: “De repente, le dijeron a Lionka Sedniov que fuera a ver a su tío y se apresuró a huir. Nos preguntamos si todo esto es verdad y si volveremos a ver al chico”. Esta fue la última anotación de su diario.
Leonid Sedniov era un chico de 14 años, cocinero subalterno en el séquito del heredero. Después de que lo despidieran, la familia supuso que algo sombrío estaba a punto de suceder.
Los bolcheviques seguían planeando la ejecución. Los historiadores comprobaron que entre los planes figuraban apuñalar hasta la muerte, fusilar e incluso matar a los miembros de la realeza con granadas. Se decidieron por el fusilamiento.
Pável Medvédev, el jefe de los guardias de la casa Ipátiev, fue interrogado más tarde por los blancos que tomaron Ekaterimburgo. Dijo que, en la noche del 16 de julio, Yurovski le pidió que recogiera los revólveres de todos los guardias y se los llevara. Después de que Medvédev lo hiciera, Yurovski le dijo: “Hoy, Medvédev, fusilaremos a toda la familia”.
Aproximadamente a la 1:30 de la madrugada, los guardias despertaron a Yevgueni Botkin, médico de la corte del zar, que había decidido quedarse con la familia hasta el final. Le dijeron que era urgente que todos bajaran al sótano, debido a la alarmante situación de la ciudad y al peligro que suponía permanecer en el piso superior. La familia hizo las maletas durante unos 40 minutos. Todavía creían que iban a ser llevados a otro lugar.
Siete miembros de la familia real: Nikolái Alexándrovich (50 años), Alexandra Fiódorovna (46), Olga (22), Tatiana (21), María (19), Anastasíya (17) y Alexéi (13). Sus cuatro sirvientes: Yevgueni Botkin, médico (53), Iván Jaritónov, cocinero (48), Alexéi Trupp, lacayo (61) y Anna Demídova, criada (40). También estaban con ellos tres perros, un bulldog francés y dos spaniels.
Les dijeron que fueran al sótano, porque, según los bolcheviques, se los iban a llevar en secreto por allí. A Alexéi, que no podía andar, lo llevó Nicolás II en brazos. En la estancia no había sillas, aunque, a petición de Alexandra Fiódorovna, trajeron dos . Alexandra Fiódorovna y Alexéi se sentaron en ellas. El resto se colocaron a lo largo de la pared.
Yurovski hizo entrar al pelotón de fusilamiento y leyó el veredicto. Mijaíl Medvédev (Kudrin), oficial de la Checa, recordó cómo se dirigió Yurovski al zar: “¡Nikolái Alexándrovich! ¡Los intentos de tus ayudantes por salvarte han resultaron infructuosos! Por eso, en un momento difícil para la República Soviética -Yákov Mijáilovich alzó la voz y cortó el aire con la mano-, ¡tenemos la misión de acabar con la Casa Romanov!”. El propio Yurovski no recordaba bien este momento: “...Inmediatamente, por lo que recuerdo, le dije a Nikolái algo parecido a que sus parientes reales, tanto en el país como en el extranjero, intentaban liberarle y que el Consejo de Diputados Obreros había decidido fusilarles”.
Nicolás apenas dejó escapar atropelladamente expresiones como “¿Qué?” o “¿Cómo? Repita...”. Alguien, probablemente Botkin, preguntó impotente: “¿No nos llevarán a ninguna parte?” Yurovski ordenó a sus hombres disparar. La familia fue masacrada: varios hombres, incluido Yurovski, disparon.
Algunos miembros de la familia no murieron inmediatamente: las princesas y la emperatriz llevaban joyas escondidas en la ropa interior, que bloquearon en parte las balas, dejando a las princesas terriblemente heridas, pero aún vivas. Los asesinos tuvieron que rematar a las mujeres moribunda con bayonetas.
También mataron a dos de los perros. El tercero, que no aullaba sobrevivió. En el patio habían dejado el motor de un coche en ralentí, para amortiguar el sonido de los disparos, pero de todos modos se oyeron fuera. En media hora, el asesinato había terminado.
Una mina abierta en la época de su desarrollo. Ekaterimburgo, 1919.
Nikolái Sokolov / Dominio públicoEl tema de la ocultación y destrucción de los restos de los Romanov es muy delicado para todo el pueblo ruso, así como para la realeza y la nobleza europeas. Nos limitaremos a exponer los hechos probados.
Inmediatamente después de la ejecución, como afirma el historiador Richard Pipes, Yurovski detuvo los intentos de los soldados de saquear las joyas y recuerdos de los cadáveres amenazando con disparar a los soldados.
A las 3 de la madrugada, dos guardias entraron en la habitación para limpiar la sangre del suelo y las paredes; para entonces ya se habían llevado los cadáveres. Del 17 al 19 de julio, la región del lago Gánina Yama, con la mina homónima, fue acordonada por soldados del Ejército Rojo. Allí los bolcheviques hicieron manipulaciones con los cadáveres. El 20 de julio se levantó el acordonamiento y varios campesinos fueron al lugar para ver qué había estado ocurriendo.
Los campesinos encontraron hogueras y restos de ropa quemada. Entre ellas encontraron iconos y cruces. Algunos campesinos descendieron al hueco de la mina, pero no encontraron restos. Aún así, entendieron que la familia real o sus ropas fueron quemadas en el lugar.
Más tarde, después de que los blancos tomaran la ciudad, más ciudadanos acudieron al lugar, mientras Nikoái Sokolov y otros investigadores lo registraban. No se encontró ninguno de los cadáveres.
La forma en que los bolcheviques se deshicieron de los cuerpos sigue siendo objeto de debate.
Ninguna de las investigaciones llevadas a cabo en los años posteriores al asesinato o posteriormente durante los siglos XX y XXI arrojó la certeza de qué hicieron exactamente los bolcheviques con los cadáveres. El velo de misterio que rodea estos hechos es evidente: los hechos fueron ocultados y manipulados, las fuentes y las pruebas parcialmente destruidas o perdidas. Los datos son insuficientes para una reconstrucción creíble de los hechos.
Lo que es seguro es que los cuerpos fueron transportados primero a las minas de Gánina Yama, allí se hizo algo con ellos y, posteriormente, los cuerpos fueron enterrados en diversos lugares. Aunque se aplicara ácido sulfúrico y aunque los bolcheviques intentaran quemar los cuerpos (ambos hechos son discutibles), aún quedaban muchos restos que fueron enterrados y descubiertos más tarde, en el siglo XX. Pero la cuestión del descubrimiento es una historia completamente diferente.
El 19 de julio, inmediatamente después de ocultar los cuerpos, los periódicos centrales soviéticos Izvestia y Pravda hicieron pública la noticia de la ejecución del zar.
Se afirmaba que la decisión de fusilar a Nicolás II (Nikolái Romanov) se tomó en relación con la situación militar extremadamente difícil en la zona de Ekaterimburgo y la revelación de una “conspiración contrarrevolucionaria” destinada a liberar al antiguo zar. Los bolcheviques declararon que la decisión de fusilarle fue tomada por el presidium del Soviet de los Urales de forma independiente; que sólo Nicolás II fue asesinado y su esposa e hijo fueron trasladados a un “lugar seguro”. El destino de otros niños y personas cercanas a la familia real no se mencionó en absoluto.
Durante varios años, las autoridades defendieron obstinadamente la versión oficial de que la familia de Nicolás II está viva, lo que sólo contribuyó a los rumores de que algunos miembros de la familia lograron escapar.
El lugar donde la familia del zar fue enterrada en Porosionkov Log. Ekaterimburgo, 1919.
Dominio públicoEl 22 de julio de 1918, la información sobre la ejecución de Nicolás II fue publicada por London Times, el 21 de julio (debido a la diferencia horaria) por el New York Times. Los bolcheviques apoyaron la desinformación mundial: no querían que su imagen internacional se viera manchada por el hecho de haber masacrado a los hijos del monarca.
Hasta septiembre de 1918, los bolcheviques mantuvieron negociaciones con el gobierno alemán sobre el intercambio de la familia real. El enviado soviético en Alemania, Adolf Joffe, ni siquiera fue informado de la ejecución de Alexandra Fiódorovna y los niños. Lenin dio instrucciones a la oficina exterior de “...no decirle nada a Joffe, para que le fuera más fácil mentir”.
Lápidas que marcan el entierro del zar Nicolás II y su familia en la capilla de Santa Catalina.
Dennis Jarvis (CC BY-SA)En 1921-1922, la información sobre el asesinato de toda la familia se filtró a la prensa soviética (muy probablemente, se trató de una filtración intencionada). En 1926, cuando se publicó en el extranjero el libro de Nikolái Sokolov El asesinato de la familia del zar, las autoridades soviéticas dejaron de negar el hecho de que el heredero Alexéi, las princesas y la emperatriz fueron ejecutados junto con el zar.
La reacción inmediata de la opinión pública rusa ante el hecho de la ejecución de Nicolás II fue más bien sombría, con el telón de fondo de los horrores y atrocidades de la Guerra Civil que asoló Rusia. Vladímir Kokóvtsov, antiguo ministro de Finanzas, que había estado en San Petersburgo el 19 de julio de 1918, recordaba en sus memorias de París: “...El día de la publicación de la noticia, estuve dos veces en la calle, monté en tranvía y no noté el menor atisbo de piedad o compasión. La noticia se leyó en voz alta, con mofas, burlas y los comentarios más despiadados... Era una denigración sin sentido, semejante alarde de sed de sangre”.
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