En la URSS no había tantas bolsas de plástico como ahora, así que la gente iba de compras con una bolsa de cuerda llamada avoska. Las avoskas cabían en el bolsillo y podían aguantar hasta 70 kg.
Muchas cosas escaseaban en la Unión Soviética y la gente intentaba conservar lo que tenía. Nadie tiraba una chaqueta porque se le había roto la cremallera, ni unas botas si se les podía cambiar las tapas. A menudo se daba una nueva vida a las cosas viejas: un vestido viejo podía convertirse en una falda, o unas toallas viejas podían transformarse en trapos de limpieza.
Los envases reutilizables eran habituales en la URSS. El kéfir y la leche se vendían en botellas de cristal, que podían devolverse a la tienda después de ser lavados, o en envases triangulares de cartón. Y el queso y las salchichas se envolvían en papel kraft en lugar del plástico.
Todos los escolares y estudiantes soviéticos recogían periódicos, revistas y libros en desuso para reciclarlos. Esto se llamaba makulatura (residuos de producción, transformación y consumo de papel y cartón). Incluso se organizaban competiciones para ver quién reunía más makulatura. El papel usado se utilizaba para fabricar cartón.
También se recogían botellas de vidrio, cuyo depósito se incluía en el precio de las bebidas.
En la época soviética, muchas personas salían periódicamente a limpiar las zonas públicas. Esto se llamaba subbótnik. Hoy, este tipo de acciones medioambientales son organizadas por voluntarios, que limpian de basura sus patios y bosques enteros.
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