Vladímir Kush nació en Moscú en 1965 en una pequeña casa de madera y ventanas talladas que poseía un cerezal privado y que se ubicaba no muy lejos de Sokólniki, un famoso parque moscovita.
A pesar de que el padre de Vladímir, Oleg Kush, era matemático, a todos los hombres de la familia siempre les ha gustado la pintura. Y Vladímir no es una excepción.
Su carrera como artista comenzó a los tres años, cuando aprendió a sujetar el pincel sentado en el regazo de su padre.
A los siete años, además de ir a la escuela, Vladímir empezó a asistir a clases de arte, en las que permanecía hasta última hora de la tarde.
La escuela de arte le dio a Vladímir libertad para crear. Fue allí donde se familiarizó con los trabajos de los grandes maestros del Renacimiento, los impresionistas más importantes, así como las obras de los artistas contemporáneos.
A los 17 años, Vladímir Kush ingresó en la Academia Stróganov, pero un año más tarde se vio obligado a cumplir el servicio militar. El comandante de su unidad pensó que las habilidades del joven eran más adecuadas para objetivos pacíficos, más concretamente para pintar carteles de propaganda.
En 1990, junto con otros dos artistas rusos, expuso sus obras en Coburgo, Alemania, donde el público las recibió con entusiasmo. Después Vladímir se subió a un avión con destino a Los Ángeles, donde expuso otras 20 obras.
Así comenzó la “Odisea americana” de Vladímir Kush. Acabó en Hawái, donde descubrió un mundo con el que había soñado desde su infancia (su primera pintura retrataba una ola hawaiana gigante).
Allí, en la isla de Maui, que se convirtió en su hogar, Vladímir se encontró finalmente a sí mismo como artista, ya que fue allí donde formó su estilo único, que más tarde se conocería como “realismo metafórico”.
Ahora Vladímir Kush es uno de los artistas más conocidos de Estados Unidos. Su obra es muy conocida en Japón, donde a menudo se celebran exposiciones y presentaciones de sus últimas obras.
Kush posee cuatro galerías privadas (en Maui, Laguna Beach, Las Vegas y Manhattan), a las que sus seguidores de todo el mundo acuden para ver las pinturas, obras gráficas, grabados y esculturas de un auténtico maestro.
Muchas de las obras de Vladímir se encuentran en colecciones privadas de coleccionistas de arte profesionales, políticos y famosos.
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