Una playa en GOA. Fuente: Román Kiselev / RBTH
Daria Stavitskaya, traductora
“Me gusta mucho Moscú y no tenía ninguna intención de irme a otro lugar, pero las circunstancias se desarrollaron de este modo. Mi salud comenzó a empeorar seriamente: varios diagnósticos erróneos, incluido cáncer, que casi me hicieron perder la cabeza, empeoraron la situación. Decidí dejar mi trabajo y viajar a un país en el que hubiera medicinas alternativas, donde la vivienda y la comida fueran más baratas y no hubiera mar ni océano, ya que en estos lugares generalmente se aglutina una categoría concreta de turistas con los que no me quería cruzar. Inmediatamente descarté Goa y Tailandia y Brasil ni lo contemplé. Finalmente alquilé mi apartamento en Moscú por 50.000 rublos (aproximadamente 1.000 euros) y me fui a Nepal. Aquí hay montañas y una habitación cuesta 200 dólares al mes.
Al mes gasto unos 600 dólares. Katmandú es sucio y ruidoso, y no siempre es seguro desde el punto de vista gastronómico, pero adoro a la gente local y el sentimiento es mutuo. En un mes comencé a recibir tratamiento de ayurveda, a enseñar inglés a los niños huérfanos y a construir una escuela por las mañanas, literalmente poniendo ladrillos. No tengo pensado quedarme en Nepal para siempre, de modo que cuando se agote mi visado y la construcción de la escuela iré a Estambul: Katmandú me ha regalado una amiga increíble que trabaja allí en la universidad y me ha conseguido un trabajo en la sección internacional”.
Nina Livanova, psicóloga, profesora de técnica vocal, terapeuta de reiki
“Todo comenzó cuando en 2008 fui a pasar dos semanas a Goa con mi marido (ahora mi ex). Nos embargó por completo una sensación increíble de cambio de percepción. Vi a gente que alquila allí una casa y pasa la mitad del año viendo el mar cada día. Antes esta gente me parecían seres incomprensibles, pero allí vimos que se trata de personas normales, artistas. Y entonces me pasó por la cabeza una cosa: pensé en cómo me gustaría vivir de ese modo con mi familia, con mi hija.
Mi marido trabajaba entonces como diseñador y yo trabajaba a distancia, de modo que todo estaba de nuestra parte. Decidimos irnos a Tailandia. En un día compramos el billete. Nuestros padres y conocidos se quedaron estupefactos, pero nosotros no cambiamos de idea. Alquilamos nuestro apartamento a un amigo por 20.000 rublos (unos 415 euros). Aunque es más caro, con sólo cinco meses para alquilarlo y la necesidad de dejar en él nuestros objetos personales decidimos establecer un precio más barato. Alquilamos una casa con dos dormitorios, que entonces costaba 12.000 rublos (250 euros).
Pasamos cinco meses de invierno, lo cual nos cambió completamente tanto por dentro como por fuera, y al volver a Rusia comprendimos que no podríamos vivir como antes. Toda la vida comenzó a girar alrededor de nuestro viaje de invierno. Esto cambió nuestro modo de pensar, aclaró nuestra percepción de nosotros mismos, de la vida y de las relaciones. Durante el segundo invierno, mi marido y yo nos separamos y encontramos a nuestras nuevas parejas.
La experiencia de vida en Asia despertó en nosotros algo que ya estaba latente, pero que en medio del alboroto de Moscú no saltaba a la vista. Desde fuera parece que viajas a la playa para pasar unos meses y llegas al paraíso. Pero de hecho, la euforia se desvanece a partir del primer mes: de tu cabeza comienzan a salir fantasmas que se enfrentan a los fantasmas de tus seres queridos y esto es imposible de evitar, hay que estar preparado para ello.
Otro país, la ausencia total de ruido y de tus métodos habituales para liberar el estrés, menos amigos, menos posibilidades de escapar a algún lugar, de desconectar, de descansar el uno del otro. Y como no hay trabajo, pasas todo el tiempo mirándote a ti mismo, ves directamente la realidad, piensas y analizas más tus sentimientos. Por esta razón, mucha gente allí comienza a beber, porque no saben estar solos consigo mismos: recrean un ruido artificial y se rodean de autodestrucción sólo para no tener que ver la profunda verdad de su interior.
Soy psicóloga de profesión y en estos momentos estoy preparando un seminario sobre cómo no volverse loco en Asia al mudarse aquí”.
Elena Lébedeva, pastelera
“Antes de venir a vivir a India había viajado a este país en dos ocasiones: una vez en un viaje turístico organizado y la segunda vez para pasar un mes con unos amigos. Con ellos alquilamos una casa y motocicletas y aquello no fue un tour, sino vida normal, como si estuviéramos en la dacha.
Ya desde la primera vez supe que quería vivir en India. Era el año 2007 y entonces mudarme me parecía un sueño: tenía mucho trabajo y todo el peso de la realidad de Moscú alrededor de mí. Pero más tarde llegó la crisis, algunos cambios en mi vida personal y comprendí que había llegado el momento en el que podía abandonarlo todo.
Me armé de valor y así lo hice: era el año 2009. Como no sé estar quieta sin hacer nada, en Goa decidí montar mi negocio y convertí mi hobbie en profesión y me puse a hacer pasteles.
Al principio los preparaba para los restaurantes rusos de la zona y en 2010 abrí mi propia pastelería, llamada Pies&Love. Y a día de hoy sigo dedicándome a ello, ahora es un sitio conocido por aquí. Y yo sigo siendo la cocinera, trabajo cada día en la cocina durante la temporada alta.
Adaptarse al nuevo ritmo parecía que no iba ser complicado.
Yo sigo diciendo a los turistas que siempre es necesario como mínimo una semana para parar, desconectar de la locura del ritmo de Moscú, que te hace correr y llegar a todo sin entender muy bien para qué. Tras abandonar mi apartamento de Moscú de veinte metros cuadrados, tenía muchas ganas de vivir en una casa grande y aquí esto es posible: tengo una casa de dos pisos con un enorme jardín donde vivo con mi hija pequeña y mis dos perros. Tengo una moto y un coche que he comprado aquí. Estoy pensando incluso en comprar un caballo, siempre ha sido mi sueño. Parece algo ridículo, es cierto, pero aquí realmente puedo permitírmelo”.
Artículo publicado originalmente en ruso en The Village.
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