Las increíbles aventuras de un argentino en los confines de Rusia. Parte 4

En el último capitulo de esta serie el autor nos cuenta su viaje en el Transiberiano y habla de la importancia del ferrocarril en Rusia.

Hablar de viajes en Rusia es prácticamente lo mismo que decir trenes. Son algo lentos pero confiables y seguros. La mejor forma para moverse de oeste a este, y al revés. No tanto de norte a sur, ya que el Transiberiano no tiene ramales que se acerquen demasiado a la línea polar, aunque hay planes a futuro para ello también. Al márgen del aspecto práctico, este ambiente también es ideal para conocer gente de lo más diversa. Mucho se ha escrito y filmado, los ferrocarriles constituyen un pilar fundamental para esta sociedad. El que tal vez mejor lo haya descrito es Vasili Grossman en su libro Todo Fluye. Los pasajeros entran en confianza y hablan sobre cualquier tema en boga, preparan sus comidas y ese mundo se diluye en cuento arriban a su destino.

Mucho tuvo que suceder para que los caminos de acero finalmente se materializaran. Fue una lucha contra los elementos de lo más diversos. Por un lado, el conservadurismo de un sector de la sociedad pensaba que los trenes allanarían el camino a los delincuentes para que  escapasen de la justicia, que las jerarquías sociales se romperían ya que en la misma formación viajarían un campesino y un príncipe y que el Estado no debería gastar tales sumas de dinero en una empresa de la cual dudaban demasiado. Los que estaban a favor del proyecto contaban con la ventaja de que los zares siempre se mostraron dispuestos a realizarlo. El tiempo demostraría que su obstinación estaba bien fundamentada.

El imperio hizo posible la emigración masiva a Siberia, de esa forma alivió problemas relacionados a la tenencia de tierra en la parte europea, al tiempo que obtuvo nuevos ingresos gracias a los impuestos. La economía de la región hasta la aparición de los trenes era muy reducida.

Militarmente también supuso una ventaja ya que era más fácil y rápido transportar tropas. Precisamente por estas razones el ancho de las vías se hizo de una medida diferente a la que se acostumbraba en otros países de Europa; así el el enemigo no podría servirse de este instrumento en caso de confrontación. Todo esto se hizo con el claro objetivo de fortalecer al Estado, aunque cuando terminó este proyecto estallaría la Revolución.

Llegar hasta Irkutsk y el lago Baikal fue el objetivo que me puse apenas empecé a ganar algunos rublos. Es irresistible la idea de moverse por la llanura euroasiática y detenerse en cada una de las ciudades por las que pasan las vías. El esplendor de Moscú queda atrás y aparecen realidades completamente distintas. A unas 20 horas de camino se encuentra Perm. Una ciudad más bien gris y que constrasta demasiado con lo que tiene la región de la cual es la capital. La combinación de ríos, montañas y bosques de sus profundidades hacen que merezca la pena hacer un alto por aquí, fundamentalmente en verano, cuando existe la posibilidad de asistir a una reconstrucción de la Segunda Guerra Mundial en un museo dedicado a la arquitectura de madera.

Más allá le sigue Ekaterimburgo, que hoy presume de modernos rascacielos y de pujanza económica. Pero mientras más al este se va, más interesante se pone la cosa. Novosibirsk, ya bien entrados en Siberia, es la ciudad que mejores sueldos paga detrás de las dos capitales, según dicen las revistas de negocios. Pero más allá de eso hay otras realidades, o las hubo. En sus suburbios se encuentra Akademgorodok, un paraíso para los científicos soviéticos. Al dedicarse a la física estos profesionales se veían libres de la influencia del Partido. No estaban conformes con muchas de las líneas de actuación y tuvieron todo tipo de ideas para reformarlo y ponerlo realmente al servicio del pueblo. De aquí surgió un documento conocido como el “Reporte de Novosibirsk”, que contradecía los postulados sociológicos estalinistas y que posteriormente sirvió de sostén ideológico a la perestroika. Una hermosa historia de intelectuales comprometidos con su patria, sólo que no tuvo un final feliz.

Tras dos días más en tren, finalmente se vislumbran Irkutsk y el lago Baikal. Irkutsk llegó a ser la capital de un distrito que incluía a la misma Alaska. Los comerciantes se hicieron ricos gracias al comercio de pieles. Para hacerse una idea, eran el equivalente a lo que hoy en día es el petróleo. Ya entonces la proximidad con China prometía jugosos dividendos también. El ritmo de vida era tan intenso que no pocas veces la ciudad ardió. La víctima de estos infortunios fue la arquitectura de madera. Aún hoy se puede conocer algo de este esplendor, pero mejor apurarse y visitarla cuanto antes.

Cinco horas más en autobús y veo el Baikal por primera vez. Aquí parece que el tiempo no pasa. Habitualmente los lagos viven unas pocas decenas de miles de años, pero este ya tiene millones. El viento en la cara, el sol ardiente y lo intenso del turquesa de sus aguas son recuerdos de largas caminatas por la isla de Oljón. Las cintas de colores adheridas a  los árboles recuerdan la presencia de los buriatios, otro de los tantos pueblos de Rusia. Estos afirman que la energía de aquí no tiene comparación en el mundo. No son los únicos que creen en estas cosas, por eso me sigue llamando la atención que las inspiraciones materialistas hayan podido imponerse por varias décadas en todo este territorio.

Patricio Bastos es un argentino que vive desde hace cuatro años en Rusia, en Kírov. Acaba de escribir un libro por diferentes regiones del país. Algunos fragmentos se pueden ver en el blog www.devueltaenrusia.blogspot.com

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