“Tomé la decisión de mudarme no por amor al país, sino a un hombre”, dice Anastasía. Tras dos años de relación a distancia con breves encuentros en San Petersburgo (donde estudió su novio chileno), Madrid y Santiago, la joven rusa sintió que si no vivían bajo el mismo techo la relación no iba a tener futuro. Después de pensarlo mucho Anastasía dejó su exitosa carrera de editora de moda en Moscú para mudarse a la capital chilena.
Meses después de instalarse en la ciudad, la joven ingresó en la Universidad de Chile para estudiar Marketing. Posteriormente empezó a trabajar en una empresa privada y lanzó un blog en ruso sobre sus viajes en Chile: Сhiletravelmag.ru.
Anastasía ha visitado numerosos parques nacionales, ha ido al desierto de Atacama, a las islas y a los volcanes. Además conoce a mucha gente local. “Al saber que soy rusa, los chilenos se quedan muy impresionados porque hablo español con fluidez y porque les explico que aprendí en Rusia por mi cuenta. También les sorprende que tenga frío en invierno porque las casas carecen de calefacción y la temperatura promedio es cercana a los 15 grados.”
Los amigos moscovitas de la joven también aprenden sobre la cultura del país andino. “Muchos todavía piensan que en Chile hay cocos por todas partes, la costa del Caribe, que se baila samba y que se vive en un verano perpetuo. Se quedan profundamente sorprendidos al verme en las fotos llevando ropa de otoño.”
La chica admite que no lamenta su decisión. “La vida en Santiago es muy tranquila. He aprendido a llevar una vida más lenta y a disfrutar de las cosas pequeñas, alejada del ritmo acelerado de Moscú. Lo que más me gusta —además de los riquísimos aguacates y el vino— es la proximidad a montañas y colinas. Un día decidí aprovechar las oportunidades que ofrecen estas tierras y, desde entonces, paso los fines de semanas en las montañas. También me encanta mi barrio: hay muchas pequeñas casas con jardines donde crecen rosas, naranjas y granadas.”
Gracias a los años de trabajo en trade marketing en una empresa moscovita y la participación en festivales con su proyecto de gofres The Bakersville, Anastasía pudo ganar suficiente dinero para emprender un viaje a América Latina. “Esta región me atraía por su lejanía y misterio”, dice.
Durante ocho meses la rusa recorrió México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y finalmente llegó en barco a la ciudad colombiana. “Me enamoré de Cartagena a primera vista: las coloridas casas con balcones, el agua azul del Caribe, magníficas puestas de sol, música en vivo en las plazas y gente muy amable.”
Un día la preguntaron por qué no pensaba quedarse en la ciudad latinoamericana y continuar desarrollando su proyecto The Bakersville. “En aquel momento pensé: ¿y por qué no?”, recuerda Anastasía. Poco después abrió un bar de gofres en Cartagena. Le resultó fácil aprender español en un entorno natural y poco después consiguió visado y permiso de trabajo. A pesar de todos los retos, la joven está muy satisfecha con el cambio de su vida. “Lo que me encanta en Colombia es la cultura caribeña, con su música y bailes. Las pequeñas orquestas o los instrumentos de viento, la excitante salsa o la champeta tan agresiva y sensual.”
En agosto se cumplió un año desde la llegada de Anastasía a Colombia y la joven admite que planea continuar su viaje por América Latina, para seguir cumpliendo sus sueños.
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