Niños en el zoológico de Moscú en Krásnaia Presnia, 1956
Arkadi Shaijet/МАММ/MDF“¡Gracias, camarada Stalin, por nuestra feliz infancia!”. Esta frase acuñada en un desfile atlético en la Plaza Roja en 1936 pronto se convirtió en uno de los lemas más populares de la propaganda soviética.
Niños en el zoológico mscovita en Krásnaia Presnia, 1956
Arkadi Shaijet/МАММ/МDFDe hecho, el tema de afrontar los retos de la infancia en la Unión Soviética no estuvo exenta de méritos. El permiso parental en la URSS duraba seis meses antes de que se ampliara a 18 meses en la década de los 70. Los niños tenían que socializar pronto: las guarderías para recién nacidos eran seguidas por los jardines de infancia para niños pequeños, luego por la escuela a la edad de 7 años, y después por el sistema de organización de los pioneros a la edad de 9 años.
En el campamento Artek, Crimea.
Viacheslav Runov/SputnikDurante las vacaciones escolares, los niños soviéticos iban a los campamentos de los pioneros que existían por toda la URSS. Los más afortunados iban a Artek, que se consideraba el más prestigioso y famoso campo de los pioneros soviéticos, situado en Crimea, a orillas del mar Negro. Con el tiempo, este campamento se convirtió en un icono, no sólo para la Unión Soviética, sino también para las naciones extranjeras, ya que empezó a acoger cada vez más a niños de otros regímenes comunistas.
Cruzando la calle. Leningrado (actualmente, San Petersburgo), 1963
Vladímir Bogdánov/МАММ/MDFAunque los padres soviéticos solían trabajar, en lugar de quedarse en casa para criar a sus hijos, la paternidad soviética dio lugar costumbres y tradiciones. Se dedicaba mucha atención a la rutina de un niño desde una edad muy temprana. Dormir, comer, jugar, estudiar...todo se hacía, por norma, según un horario estricto.
La propaganda soviética abogaba por criar a los niños en valores como la modestia, el amor al deporte, autodevoción y responsabilidad.
En el lago Ritsa, 1952.
Borís Makaséiev, Vladislav Mikosha/МАММ/МDFA finales del siglo XX, sólo el 21% de la población del país estaba alfabetizada. Cuando los bolcheviques llegaron al poder después de la Revolución de 1917, decidieron luchar contra el analfabetismo por todos los medios disponibles. El primer hito fue el lanzamiento de la campaña Likbez (liquidación del analfabetismo) que estableció las bases del sistema educativo soviético.
En pocas décadas, los soviéticos fueron capaces de transformar un Estado en gran parte analfabeto en una de las dos superpotencias que vieron nacer algunas de las mentes más prodigiosas de la época. Se dedicó una especial atención a las matemáticas y las ciencias naturales.
El fotógrafo Oleg Makárov y su flauta, en Moscú en 1984.
Vladímir Bogdánov/МАММ/МDFUn objetivo del gobierno soviético fue erradicar el estilo de vida elitista que existía en la Rusia imperial. Esta misión afectó a millones de personas en toda la vasta Unión Soviética. Por ejemplo, los espaciosos apartamentos de Moscú y San Petersburgo se transformaron en apartamentos comunales (conocidos como kommunalki) para optimizar las viviendas: los propietarios sólo tenían una habitación para su familia y sus pertenencias, teniendo que compartir el resto (cocina, baño, pasillo) con extraños y sus familias.
Mostrar y presumir de objetos de lujo estuvo mal visto y era criticado duramente por los camaradas comunistas, aunque en el fondo todos deseaban tener los mismos lujos. “Se nos enseñó que en confort era propio de las clases burguesas”, dijo una mujer que creció en la URSS.
El académico Mijaíl Lavriéntiev en Novosibirsk, 1966
Archivo de Yuri AbrámochkinAunque la ideología oficial fomentaba el ascetismo, muchos ciudadanos soviéticos ansiaban tener bienes materiales “lujosos” que eran escasos.
Aquellos que vivían en apartamentos comunales soñaban con mudarse a sus propios apartamentos que no tendrían que compartir con otros. Este problema se resolvió parcialmente cuando Nikita Jrushchov lanzó la construcción masiva de casas asequibles, más tarde conocidas como jrushchiovki.
Sin embargo, muchos beneficios materiales siguieron siendo escasos e inalcanzables para la mayoría de los ciudadanos de la URSS. Los coches, cupones vacacionales, los viajes al extranjero y los escasos productos extranjeros eran objetos deseados locamente por la gente común.
La gerente del comedor, María Iónova en la región de Novosibirsk, 1961
Vsévolod Tarasévich/МАММ/МDF“Comemos shchi (sopa de col) y gachas”, era un dicho común usado en la URSS para describir la simplicidad de la cocina soviética y las preferencias gastronómicas de la gente. Muchas personas recuerda la escasez de productos alimentarios. Como resultado, se creaban largas colas para conseguir prácticamente cualquier producto.
Los que tenían la oportunidad de viajar a Moscú solían traer a sus pueblos aquellos productos que no podían conseguir donde vivían, lo que dio lugar a un fenómeno conocido como “trenes de salchichas”.
Un garaje en Moscú, 1980.
Archivo de Valeri UsmánovComo los soviéticos estaban acostumbrados a la escasez, nunca se tiraba nada, transformando sus balcones y garajes en almacenes permanentes. Desechar cosas era lo mismo que derrochar.
Algunos objetos únicos, raros o simplemente aquellos que en teoría podían servir para algo pero a menudo no se utilizaban, se guardaban para un futuro más prometedor. Los juegos de vajilla y porcelana o los trajes y vestidos solían acumular polvo en los armarios hasta que pasaban de moda y se unían al resto de las cosas que no se habían tirado a tiempo.
Dado que el gobierno soviético prohibió o dejó de adquirir numerosos bienes que eran ampliamente deseados por el pueblo soviético, éste tuvo que apañárselas cómo podía.
Prácticamente, todas las familias soviéticas disponían de tecnología y conocimientos para fabricar agua de soda carbonatada en casa, mientras que los inventores más avanzados transformaron placas de rayos X en algo parecido a discos de vinilo para escuchar música occidental pirateada.
Aunque los productos fabricados en el extranjero eran muy deseados en la URSS y no había una ley directa que prohibiera tenerlos, era ilegal venderlos y/o comprarlos. Como resultado, algunos ciudadanos soviéticos se convirtieron en fartsovka o fartsa, un término para aquellos que usaban un procedimiento ilegal para obtener y revender en la URSS productos fabricados en el extranjero.
Muchos jóvenes, ambiciosos y temerarios, perseguían a los turistas extranjeros y los convencían de que intercambiaran vaqueros, chicles, bolsas, cigarrillos y prácticamente cualquier otra cosa que tuvieran a cambio de algunas mercancías soviéticas de valor cuestionable. Más tarde revendían esos productos fabricados en el extranjero a sus conciudadanos soviéticos con una comisión. Aunque esta era una actividad penalmente sancionable en la URSS, el movimiento fartsa se convirtió rápidamente en un fenómeno cultural.
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